La pesadilla de las esposas indonesias vendidas en China para tener hijos

Siti, nombre ficticio para proteger su identidad, recibió una oferta de 20 millones de rupias (1.425 dólares o 1.280 euros) como dote para casarse con un hombre chino de 26 años, mediante una casamentera local en la rural provincia de Borneo Occidental.

YAKARTA.- A sus quince años, Siti es una de las mujeres indonesias que han contraído matrimonio con hombres chinos ante la promesa de una vida mejor, pero al llegar a China no obtuvieron más que miseria, abusos y presiones para tener un hijo.

Siti, nombre ficticio para proteger su identidad, recibió una oferta de 20 millones de rupias (1.425 dólares o 1.280 euros) como dote para casarse con un hombre chino de 26 años, mediante una casamentera local en la rural provincia de Borneo Occidental.

La intermediaria prometió que la adolescente tendría una vida acomodada, podría enviar a su familia parte de su salario mensual y regresar a su hogar en el norte del archipiélago indonesio siempre que quisiera.

A pesar de que Siri tenía entonces solo 14 años, su familia recomendó que aceptase, lo que dio comienzo a un calvario de seis meses en los que vivió con una familia de campesinos en un pueblo de la provincia china de Hebei, a unos 270 kilómetros al suroeste de Pekín.

«Casarme a esa edad no fue apropiado, pero lo hice porque no tenía suficiente dinero para ir a la escuela, así que mi abuela propuso que me casase», dice Siti a Efe en Yakarta, donde espera el billete de regreso a Borneo como víctima de trata.

El de Siti es solo un caso más dentro de las redes de trata y matrimonios fraudulentos en China, donde 1.147 personas -1.130 mujeres extranjeras y 17 niños- fueron rescatadas entre julio y diciembre del año pasado, según el Ministerio de Seguridad Pública chino.

La escasez de mujeres chinas hace que birmanas, camboyanas, laosianas, indonesias o tailandesas lleguen engañadas o secuestradas al país, donde a menudo sufren explotación laboral y sexual, además de ser usadas para tener descendencia.

En el archipiélago indonesio, el Ministerio de Asuntos Exteriores registró en lo que va de año 32 casos de esposas víctimas de tráfico de personas, que normalmente suelen ser mayores de edad.

Borneo Occidental es una de las zonas de mayor actividad y, según la ONG Unión de Trabajadores Emigrantes de Indonesia (SBMI, en indonesio) en la actualidad hay en China al menos cinco esposas oriundas de la región que no pueden regresar a Indonesia.

Siti comenzó a trabajar en las tierras de su marido un mes después de su llegada a China, y tanto su esposo como su suegra la golpeaban si cometía un error, sin tener en cuenta que no entendía el chino.

A los pocos meses, pidió regresar a casa y su familia política le respondió que podría volver cuando tuviese un hijo ya que entonces no la «necesitarían», según cuenta la adolescente.

«A veces no dormía con mi marido, ya que solo me usaba para su desahogo sexual, yo prefería no dormir con él todo el tiempo, pero mi suegra se ponía furiosa», recuerda Siti ocultando su rostro para mantener el anonimato.

Prácticamente incomunicada y con escasa ayuda de su familia, que al principio no creía su relato, Siti intentó acudir a la policía china pero los agentes no reconocían su caso como trata, sino como una disputa doméstica, y la enviaron de vuelta con su familia política.

La salvación de la quinceañera llegó gracias a otra indonesia en su misma situación, Karmila (nombre ficticio), a la que conoció en el mismo pueblo, al que había sido llevada por el mismo agente, y que luchaba desde hacía meses por poder volver a casa.

Karmila, de 25 años, provenía al igual que Siti de la municipalidad de Sanggau, en Borneo Occidental, y llegó a China en 2018 seis meses antes que la adolescente con un certificado de matrimonio indonesio falso.

Su marido había pagado por ella 700 millones de rupias (unos 50.000 dólares o 45.000 euros) y Karmila sufría la presión constante de su suegra y del intermediario para quedarse embarazada, hasta el punto que éste llegó a amenazarla de muerte si no lo conseguía.

Además, su suegra le pegaba «como a una pelota de fútbol» y su teléfono móvil era confiscado con frecuencia, según cuenta a Efe Karmila, que intentó también acudir a la policía.

Ante la pasividad de las autoridades chinas, Karmila logró contactar a través de su familia con activistas de SBMI, que presentaron una denuncia en la policía indonesia y negociaron con el intermediario chino la liberación y el regreso de las dos jóvenes.

Karmila y Siti pagaron un pasaje con la ayuda de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y volvieron por su cuenta a Borneo el pasado junio, para su alivio, sin haber quedado embarazadas.