Uno de los factores que ha desnudado la realidad nicaragüense es común al que ha propiciado la movilidad del mando en Cuba: la ausencia del subsidio venezolano, que para la mascarada de Daniel Ortega superaba los 600 millones de dólares anuales, porque a diferencia de la República Dominicana, ninguno de esos dos países eran clientes reales de Venezuela en el negocio del petróleo.
La elevación de las cotizaciones en el Instituto Nicaragüense de la Seguridad Social, que pretendían elevar del 6.25 al 7% la aportación de los trabajadores; de 19 al 22% el pago de los empleadores, así como de 0 al 5% el de lo jubilado, ha sido el factor de detonación de un alto nivel de insatisfacción acumulado por varios factores.
Cuando el nepotismo orteguiano regresó al poder en el 2006 subsanó la malquerencia de los empresarios estableciendo un sistema de dos reinos que pudieran operar con autonomía basado en una regla simple, el gobierno dejaba el mundo de los negocios a merced de la voracidad empresarial, sin una administración tributaria eficaz, y los empresarios no se inmiscuían en los negocios del Gobierno, en los que también tendrían su ración si actuaban como niños obedientes.
Con otro sector hostil, que era la Iglesia Católica, la pareja Ortega también propicio una relación armónica, complaciéndola en legislar contra el desembarazo bajo algunas atenuantes y celebrando una ceremonia de conversión al catolicismo, pese a que las prácticas exotéricas de la señora Murillo distan de la liturgia católica.
Pero sin el subsidio venezolano, escasean las migajas para los empresarios y la administración tributaria ha tenido que tornarse más celosa de su rol, mientras las políticas sociales en un país que, a parte de una producción agrícola próspera, basada en el latifundio, no cuenta con grandes ingresos por industria como la del turismo, se han deteriorado considerablemente.
Para colmo, la investigación del Lava Jato se llevó de encuentro la otra mano solidaria, que era Brasil y una ola contraria ha ido barriendo con los gobiernos aliados agrupados en la ficción denominada socialismo del siglo XXI, no por una acción deliberada del imperialismo norteamericano, sino por el derribo de la base de sustentación de las políticas sociales con las que pretendían diferenciarse del liberalismo, que fue la terminación de la década de los precios altos del petróleo y otras materias primas.
Con precariedad de recursos para responder las demandas sociales y una imagen de gobierno muy degastada, porque más que el sandinismo Ortega se ha esmerado en demostrar que la que está en el poder es su familia, le tocó experimentar con una primera medida de reajuste que ha desatado los demonios.
En Nicaragua el régimen contributivo cuenta con apenas un 24% de los empleados, base muy precaria para sustentar el servicio a los pensionados, y el sistema hace tiempo que clama por reformas para hacerse sustentable, porque el gobierno no cuenta con las disponibilidades para cubrir un déficit anual que se aproxima a los 100 millones de dólares.
La poblada que se desató la semana pasada tiene una particularidad: la clase media y el empresariado han estado a la vanguardia, junto con el clero católico y sectores del protestantismo, por eso el componente más activo de la movilización han sido los estudiantes de las universidades privadas, que también han puesto la mayor cantidad de los muertos.
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