La lucha electoral en nuestro país es lo que más se parece a un mercado, sólo que en este caso la mercancía son aquellos a quienes luego confiamos la dirección del país o los cargos que en ella se ponen en juego. Los partidos no se respetan sus espacios y se viven sonsacando unos a otros, con las más deplorables muestras de clientelismo que uno pueda imaginarse. Los ejemplos son desgarradores y por ese camino la poca fe que aún le queda al pueblo en el sistema de partidos terminará rodando como un deshecho viejo que nadie quiere y que muchos repudian.
El PLD celebró en las elecciones del 2010 como un gran logro de persuasión política el haberse atraído a un diputado del PRD disgustado por no habérsele concedido la candidatura a senador por su provincia. Y este distinguido señor, que había propuesto al Congreso una ley para erradicar a los tránsfugas del escenario político, se convirtió en lo que al parecer odiaba al irse al partido contrario por la candidatura que no pudo conseguir en el suyo. Para estar a la par, le correspondió al PRD aplicarle al partido oficialista su misma medicina, llevándose a un propietario de casa de apuestas a su litoral con la automática designación como candidato a la Cámara de Diputados.
Estas asombrosas exhibiciones de descaro político no cesan y ponen de relieve la pobreza del quehacer partidista, carente de propuestas basadas en una identificación de las prioridades que resultan de nuestras grandes necesidades en el orden social, político y económico. Por ese camino, no podemos esperar congresos y gobiernos municipales representativos del sentir nacional, lo cual significa que a las próximas se irá a votar para poner al mando de las instituciones democráticas a personas sin vocación de servicio; gente que de antemano uno sabe incapaz de situarse al nivel de las circunstancias y de honrarse a sí mismo con su trabajo.