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La política no es guerra sino producción de consensos

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Durante muchos años, internamente, me desagradó la expresión de que la política es la guerra continuada por medios pacíficos, que entiendo pertenece al revolucionario ruso V. Lenin.

Siempre he pensado que esta frase influye mucho en la visión de lo que es la tarea de un político, poniendo acento en la supremacía y el dominio como objetivos fundamentales de la política. De ahí que, en parte inspirado por la herencia doctrinaria que debo a mi padre, explorara otros significados de la política que complementaran o corrigieran esa visión de la política como guerra.

Una de tantas conversaciones con entrañables amigos, hace ya muchos años, me produjo el descubrimiento de una definición de la política mucho más cercana a mis puntos de vista personales. La política es una forma competitiva de producir consenso. Se compite en escenarios de opinión pública y en mercados electorales, pero la esencia de la política es producir consenso que es lo mismo que construir voluntad colectiva, decisiones que cuenten con tal legitimidad que hasta los adversarios deban reconocer que aun estando en desacuerdo con la decisión tomada, ésta se ha producido siguiendo los procedimientos que garantizan su apego a la democracia.

La producción de consenso enfatiza la persuasión, la negociación y la garantía para el adversario de que no se le va a exterminar. También implica que exista una visión de la alternancia que provea mecanismos para que lo que hoy es mayoría mañana pueda ser minoría y viceversa, que las minorías actuales puedan devenir en mayoría.

De ahí que la garantía de no erradicación, para las minorías, suele ser otro elemento de la política entendida como conjunto de reglas, comportamientos y procedimientos de creación de consenso mediante un proceso competitivo de persuasión y negociación. Lo que me gusta de esta forma de entender la política es que competencia, persuasión y negociación son factores constantes, que no sólo se refieren al momento electoral, que es en el que los aspectos competitivos tienen predominancia.

El resto del tiempo la acción de persuadir y negociar, el diálogo y la exposición de distintos puntos de vista constituyen lo esencial de la política.

En República Dominicana hemos ensayado bastante de esto en la gestión de la sociedad a partir de la instauración democrática de 1978, pero sin darnos cuenta de este sentido fundamental de la competencia política como competencia de proyectos que buscan resolver las diferencias construyendo consensos desde posiciones contradictorias.

En ese sentido tenemos mucho campo para mejorar la política. Los partidos han demostrado una gran capacidad y diligencia transformándose en poderosas maquinarias electorales. Tanto el PRD, ahora afectado por una severa crisis interna, como el Reformista, en proceso de reconstitución de su liderazgo, como el gobernante PLD, son formidables maquinarias electorales que movilizan millones de votantes sobre la base de una estructura territorial orquestada alrededor de los colegios o recintos electorales.

La ingeniería política de la producción de consenso ha sido menos desarrollada. Hemos mejorado mucho en nuestras capacidades para intentar persuadir, comunicar, instalar una visión en la opinión pública. Pero no en la de escuchar-dialogar-negociar diferencias y encontrar matices para generar acuerdos.

De esta manera, los procedimientos de persuasión en los que hemos puesto mayor interés, no han sido los del diálogo y construcción de un interés común, sino los del uso masivo de medios de comunicación y de “aplastamiento” mediático. Nos falta mucho por aprender en la sutileza de una comunicación política que produzca sensaciones y percepciones positivas desde posturas menos dominantes, más abiertas y sensibles.

Las tareas de desarrollar un repertorio de actitudes, capacidades y destrezas de persuasión van a depender de nuestra comprensión de lo que es producción de consenso, que no es sólo producción de legitimidad y aceptación, sino sobre todo, generación de un sentido de identidad y pertenencia alrededor de propuestas y formas de gobierno.

Probablemente en este aspecto en donde reside la mayor capacidad de innovación que está demostrando la actual administración, a la que pertenezco.  Estamos en transición hacia una visión de la política como gestión del diálogo democrático en el que validación de una línea de gobierno no viene dada principalmente por su reiteración en múltiples agentes de opinión, sino por la una actitud que no teme ni a la divergencia ni a la contrastación con otros puntos de vista, trabajando los matices y ejerciendo un arbitraje social que se reviste de autoridad, aunque desde un concepto de autoridad que es esencialmente distinto a lo que estamos acostumbrados.

 

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