La columna de Miguel Guerrero
Los países se hacen ingobernables cuando los parámetros de medición de la situación se limitan al juicio de las élites, incapaces de ver más allá de sus confortables realidades.
Con frecuencia se leen observaciones paradisíacas de la marcha de la economía sobre la base de la concurrencia a los restaurantes del polígono central, siempre lleno de empresarios, banqueros y funcionarios, y las alegres fiestas sociales de los centros recreativos más lujosos, como Casa de Campo.
Pero ese menos del uno por ciento de la población representa solamente una de las realidades que cohabitan en la sociedad dominicana.
La verdad es que la mayoría de la población y las clases media, viven otras realidades algunas en franco deterioro, a medida que el proceso de concentración de riquezas se agudiza y su empobrecimiento creciente se hace más notorio y aumentan los niveles y áreas de corrupción, bajo la protección de una impunidad que conculca toda posibilidad de progreso.
Una entre muchas realidades que cercenan las esperanzas nacionales de alcanzar niveles de igualdad imposibles ya de conseguir en el corto y mediano plazos.
Dentro de la realidad en que yo vivo, tal vez de una minoría del veinte por ciento del universo nacional, siento que el mundo que conocemos se nos cae encima. Me aterra pensar que la mayoría de la población, sin acceso a buena salud y educación y empleo bien remunerado, no se expresa porque no ha encontrado un motivo o quien la encauce.
Por desgracia, los elementos aparentemente inocuos que han hecho explosión en otras naciones, en situaciones de menor desigualdad que la nuestra, están presentes en la sociedad dominicana, con alto desempleo, insalubridad e inseguridad ciudadana y un grado elevado de inconformidad por los privilegios exorbitantes de una clase política que hace uso de los poderes del Estado para enriquecerse en detrimento del resto de la población.
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