Las enormes desigualdades imperantes en América Latina, donde una nueva izquierda no liberal proveniente de la extrema derecha, y sobre todo corrupta, pudiera estar adueñándose del sentimiento de amplias capas de población insatisfechas con los resultados de la experiencia de su peculiar modelo democrático. Las estadísticas son estremecedoras. A despecho del enorme crecimiento anual de la economía en muchos de esos países, la pobreza se ha incrementado y las expectativas son cada vez más reducidas en los grupos ubicados en los niveles más bajos de la escala social.
América Latina es la zona de más desigualdad en el mundo. Sus pobres nacen sólo para morir años después. Muy pocos de ellos tienen oportunidad de modificar su estatus y de alcanzar cierto grado de prosperidad, mientras la impunidad que protege los alarmantes grados de corrupción existentes merman la fe en el modelo y en la clase política que lo sustenta. Una visión panorámica del acontecer de los últimos años al sur del río Bravo, muestra cómo una nueva generación de políticos, muchos de ellos sin vieja militancia, se han apropiado del escenario de sus países, en base a un discurso de denuncia de la realidad a su alrededor.
Las rivalidades internas en los principales partidos tradicionales acentuadas por las luchas de predominio y la búsqueda de nominaciones presidenciales, acelera el proceso de degradación de un modelo que ha sido hasta ahora incapaz de dar respuestas a los graves problemas en la mayoría de las naciones del hemisferio. La acumulación de frustraciones pudiera adelantar la hora de un cambio que a la postre podría significar un retroceso en materia democrática.
La experiencia en algunos países indica que el fenómeno viene lleno de incertidumbre. Y a juzgar por lo que ocurre es evidente que la corrupción se ha adueñado de la vida política quebrando la fe de millones de latinoamericanos en su clase dirigente.