Las masivas migraciones de judíos de finales del siglo IXX y comienzos del siguiente a la tierra de Palestina, de donde fueron obligados a salir sus antepasados dos mil años antes, implantaron allí el ideal de una liberación del pueblo hebreo por medio de la superación material, la igualdad económica y el respeto mutuo. Hicieron realidad lo que parecía una ficción: el retorno a la “tierra prometida”. Como movimiento nacional de liberación, el Sionismo, ideal que esa generación representaba, no podía, sin embargo, hacer milagros.
El desarrollo, el tiempo y el antagonismo de sus vecinos han planteado cúmulos de problemas inherentes a su propia evolución y lógicamente a las posiciones de sus adversarios. Es el resultado de lo que el eminente pensador israelí doctor Herzl Fishman ha descrito como la “super-romantización” del empeño sionista, y su efecto entre quienes así lo han aceptado.
“…el desafío que afronta el Sionismo redencionista”, escribió Fischman,” es aún más agudo que el problema árabe. Tiene que ver con la naturaleza del carácter nacional de Israel. La tarea que confronta la cultura de la mayoría es cómo incorporar las grandes esperanzas desarrolladas en la dimensión del tiempo, que recalcaban la fuerza interior de los ideales de redención, en un Judaísmo de espacio que marca el reingreso del pueblo judío como tal en la abierta, prosaica órbita de la historia”.
Para enfatizar el elemento redentor contenido en el retorno a su tierra, el Judaísmo en Israel debe articular una filosofía a partir de ese objetivo nacional y del destino moral colectivo, cultivando una vida cívica cotidiana de muy alta calidad, todo dentro del marco de la soberanía política israelí. Según escribió Fischman hace años este ha sido realmente el verdadero propósito del Sionismo, “con el Estado sirviendo solamente como un medio indispensable para este fin, y no como un fin en sí mismo”.
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