Muchas veces llegamos al matrimonio o a la unión de pareja muy jóvenes, inmaduros o por circunstancias que no habían sido planeadas.
Vivir en pareja es una de las decisiones más trascendentales pues sobre ella se sostiene el proyecto de vida emocional y la formación de una familia con el compromiso que esto implica a nivel individual y social.
Cada vez hay una población mayor de hombres y mujeres que luego de una separación deciden vivir la soltería que antes no pudieron. La estructura social a la que respondemos en este sistema latinoamericano nos obliga a salir de la casa paterna a la relación de pareja, sin experimentar el paso intermedio que es vivir solos y asumirse como independiente, antes de ir al paso mayor.
A este momento en el que luego de una separación no convivimos bajo el mismo techo con otra pareja, es a lo que he llamado “la segunda soltería”.
Me parece que para las mujeres sobre todo es un calificativo que nos reivindica pues todavía y aunque nos duela a muchas, mientras “divorciada” sigue siendo un estigma social, “divorciado” es muy atractivo socialmente.
Tanto en el trabajo que hago con mujeres sobrevivientes de violencia, así como en el consultorio privado y los grupos terapéuticos para mujeres, he tenido la agradable experiencia de ver mujeres que están asumiendo esta segunda soltería con gallardía, responsabilidad y madurez, además con alegría y entusiasmo, es decir, sin amargura.
Son mujeres dispuestas a crecer, a encontrarse con ellas mismas para aceptarse, amarse y poder ir con más seguridad y sabiendo lo que quieren, a una segunda o tercera pareja.
Hay otras que en ese mismo proceso de crecimiento deciden tener una pareja estable, pero ya no conviviendo bajo un mismo techo. Tienen hijos e hijas, la vida organizada en todos los sentidos incluido el financiero y deciden preservar su libertad con un hombre que al igual que ella, tiene un proyecto de vida en el que tampoco contempla la convivencia en pareja.
Esto nos deja ver que hay más opciones, que la diversidad de las familias es más amplia que lo que en el pasado conocíamos y que incluso nos obliga a desarrollar otras destrezas de relación para afrontar con respeto y madurez esta diversidad.
En este plano las amigas, otras mujeres, hermanas de sangre y de afecto adquieren un valor importante convirtiéndose en apoyo unas de otras, así como en un canal de aprendizaje infinito, ya que comienza a ocurrir aquello tan deseado desde años que es la cooperación y la sororidad entre nosotras las mujeres.
@solangealvara2