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La seguridad ciudadana

Hablar del auge de la criminalidad y el clima de zozobra y temor en que se desenvuelve la vida ciudadana, es seguir marchando por un sendero trillado de sobra.

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Hablar del auge de la criminalidad y el clima de zozobra y temor en que se desenvuelve la vida ciudadana, es seguir marchando por un sendero trillado de sobra.

Una y otra vez hemos insistido que garantizar la seguridad ciudadana es la preocupación que predomina en el ánimo público. Lo dicen y repiten en cada ocasión, todas las encuestas de opinión que llevan a cabo las distintas agencias. Estas podrán diferir en otros aspectos, pero son machaconamente coincidentes en el tema.

A lo largo de estos últimos diez o doce años, el gobierno ha ensayado distintos planes para enfrentar el problema de la creciente criminalidad. Todos han generado expectativas de éxito en sus comienzos, que se han ido disipando en la misma medida en que han ido avanzando con su aplicación.

Ahora, con el auge e impacto los últimos hechos criminales: desde cuantiosos atracos millonarios a los simples actos de robo menor, casi todos perpetrados con violencia homicida, se ha decidido incrementar el patrullaje en las calles con el refuerzo de contingentes militares. No es la primera vez que se adopta este tipo de decisión, que da lugar a opiniones encontradas.

La FINJUS, a través de su vocero y vicepresidente ejecutivo Servio Tulio Castaños respalda la disposición y exhorta a brindarle apoyo. El general retirado José Miguel Soto Jiménez, ex Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, afirma que la presencia de los militares en las calles tiene un efecto disuasivo, pero que debe ser por entendida como una disposición de emergencia frente a una situación de crisis y por consiguiente, de carácter temporal.

La misma, en cambio, es objetada por el especialista en seguridad Daniel Pou, quien sostiene que con la actual composición del cuerpo policial, donde es frecuente la participación de agentes en hechos delictivos, no puede esperarse un resultado positivo. Advierte además, que no se está tomando en cuenta la violencia social. Es una realidad que tal como hemos señalado en tantas otras ocasiones con las pruebas estadísticas en la mano, provoca más víctimas fatales que la criminal.

En todo caso, coincidimos con la opinión de Soto Jiménez en el sentido de que se trata de una medida de emergencia, cuya permanencia no debiera ir más allá del esfuerzo por tratar de que la ola criminal de estos días recientes no se convierta en un tsunami.

Al mismo tiempo y al margen de nuestro declarada ignorancia sobre un tema tan complejo, nos parece lógica la propuesta de Pou sobre la necesidad de abordar el grave problema de la criminalidad con una estrategia a largo plazo, bien elaborada, sostenida, sostenible y eficaz capaz de mantener a raya la delincuencia y reducirla a los tradicionales niveles considerados como “normales”, donde prevalezca como elemento de base el trabajo de inteligencia y prevención.

Y para ello salta a la vista que se requerirá de un personal especializado, poseedor de elevadas calificaciones técnicas y altas notas de solvencia moral, con auténtica vocación y compromiso de servicio. Demás significar que para lograrlo será preciso crear condiciones mucho mas atractivas y normas de mayor exigencia para el reclutamiento de ese personal y su ingreso en el cuerpo de orden público.

Bien es cierto y les sobra razón, a quienes sostienen que las causas de la criminalidad son más profundas y complejas, como las que muestran los distintos estudios sociológicos, determinando que esta es consecuencia, entre otras, de la exclusión social, la falta de empleo y oportunidades sobre todo para la juventud, la descomposición familiar, bajo nivel educativo y ausencia de formación en valores.

Pero no lo es menos que la solución de esa problemática no depende de actos de magia ni está a la vuelta de la esquina, sino que requerirá de un largo, costoso y sostenido proceso de profundos cambios, por lo que, entretanto y sin que sirva de excusa para abordarlos cuanto antes, no podemos cruzarnos de brazos y resignarnos a que la delincuencia mantenga sometida a los ciudadanos a una asfixiante situación de intranquilidad y temor.

En el marco de esta realidad, vale recordar la sabia sentencia del notable científico Albert Einstain, que tenía muchas luces de filósofo, cuando advirtió que “si se hacen las mismas cosas, obtendremos siempre los mismos resultados”. De aplicación en este caso, debe servir de norte para aprovechar las fracasadas experiencias anteriores, a fin de no incurrir en los mismos errores.

Mientras tanto, hay que seguir insistiendo en que garantizar la seguridad ciudadana sigue siendo el reclamo más apremiante de la población, que se siente cautiva y en permanente riesgo de resultar víctima de las peores fechorías.

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