El cierre de un año y el comienzo de otro es siempre una oportunidad para pasar balance, tomar perspectiva y ver hacia adelante. A pesar de que el tiempo es una continuidad indetenible, nos seduce vivir el mito del tránsito de un estadio temporal a otro. Es un momento en el que hacemos un esfuerzo para elevar la mirada y descifrar qué hemos hecho bien y qué no, qué debemos continuar y fortalecer y qué debemos cambiar para mejorar, tanto a nivel individual como colectivo.
En lo que concierne a la sociedad como un todo, siempre resulta útil encontrar ocasiones propicias para pasar balance, resaltar tendencias e identificar desafíos con miras a fortalecer lo positivo y superar lo negativo. El cierre de un año es una de esas ocasiones que nos convoca a hacer ese ejercicio como parte de un diálogo público en el que no existe – ni puede existir- un solo discurso que dé sentido a lo que aconteció durante un año o en un período mayor de tiempo.
Como punto de partida para la reflexión se puede tomar lo que se dice de República Dominicana en el entorno regional. Así, es frecuente escuchar en múltiples escenarios -organismos internacionales, eventos regionales y subregionales, declaraciones de líderes de países amigos, opiniones de expertos sobre América Latina y el Caribe, entre otros- que la República Dominicana va por muy buen camino cuando se le compara con otros países de nuestra región que muestran serios y persistentes problemas de gobernabilidad, inestabilidad político-institucional, alta conflictividad y crisis económicas difíciles de superar.
Sin que muchos lo notaran a tiempo, en la República Dominicana se fue estructurando, desde finales de la década de los setenta, un sistema de gobierno que, a pesar del telón de fondo de una larga historia cargada de violencia política, que se sustenta en los pilares de la estabilidad, la gobernabilidad, la afirmación del poder civil, la circulación de las élites políticas a través de la competencia electoral y la transferencia pacífica del poder. Sin duda, durante estas décadas ha habido coyunturas de grandes tensiones que pusieron a prueba al liderazgo político y a las instituciones, pero en ellas se buscó soluciones negociadas, basadas en el sentido común y el compromiso de respetar la institucionalidad democrática.
En materia económica ha sucedido algo similar. La economía dominicana, a pesar de ser una economía isleña relativamente pequeña, ha mostrado una persistente capacidad de crecer, diversificarse y atraer capitales. Si bien ha habido crisis importantes, ya sea por razones internas, como la crisis bancaria de 2003-2004, o por choques externos, como la crisis financiera de 2008 y la crisis del COVID-19 en 2020, la economía ha mostrado una gran capacidad de reponerse y de volver a encontrar el camino del crecimiento. Políticas económicas moderadas de parte de los gobiernos y una buena conducción desde el Banco Central han contribuido a esos resultados en la economía dominicana.
Ha habido también avances importantes en el plano social, especialmente en cuanto a la reducción de la pobreza y mejoría en la calidad de vida de segmentos importantes de la sociedad dominicana. No obstante, este es el ámbito en el que más problemas y desafíos existen, los cuales hay que enfrentar para continuar reduciendo la pobreza, crear más empleos de calidad y con mejores ingresos, superar paulatinamente la precariedad laboral que afecta a amplios segmentos de la clase media, así como mejorar la calidad de la educación, la salud y la infraestructura.
Cuando se comparan estas realidades con países de nuestra región que en épocas no muy lejanas estaban mejor posicionados que República Dominicana, se puede entender porqué la República Dominicana genera interés y hasta admiración por parte de observadores internacionales. Sólo hay que pensar en las crisis de gobernabilidad que afecta a países como Perú y Ecuador, o la conflictividad política extrema y la debilidad estatal que se verifica, por ejemplo, en Guatemala y Honduras, o los regímenes autoritarios en Venezuela y Nicaragua, así como la excesiva concentración del poder en El Salvador, o el desastre económico en Argentina o el colapso total en Haití, para sólo citar algunos casos sobresalientes de países en crisis frente a los cuales la República Dominicana tiene necesariamente que destacarse.
Sin duda, para alcanzar estos logros todos los sectores políticos y sociales han hecho su contribución. Lo que resaltan cada vez más los observadores internacionales es el producto de un esfuerzo sostenido en el tiempo y no sólo la expresión de un presente desconectado de lo que aconteció antes. Aquí no hay lugar para el adanismo simplista, sino para reconocer que estas grandes tendencias que se han establecido en la sociedad dominicana son el resultado de un esfuerzo sostenido e incremental con el concurso de muchos.
A la vez, se debe reconocer que tampoco hay lugar para la complacencia sobre la base falsa de que los logros alcanzados en la gobernabilidad democrática y el crecimiento económico están garantizados de una vez y por siempre, sino que hay que protegerlos y consolidarlos. Hay desafíos en múltiples frentes, como la necesidad de fortalecer la capacidad del Estado para hacer valer su legalidad, mejorar la seguridad pública y cumplir de manera más eficiente sus funciones administrativas en la prestación de servicios a la sociedad. También hay que mejorar la calidad de las instituciones, el sistema de justicia y la seguridad jurídica.
Igualmente, en el plano económico hay enormes desafíos en cuanto a hacer sostenible las finanzas públicas, superar la crisis del sector eléctrico y mejorar la eficiencia y la competitividad del sistema económico para seguir atrayendo capitales y continuar por la senda del crecimiento y el desarrollo. En lo social existe también el reto de continuar el combate a la pobreza, mejorar la salud y la educación, fortalecer la inclusión social, crear más oportunidades para los jóvenes y seguir alcanzado mejores indicadores sociales.
No obstante, todo esto debe hacerse sin menospreciar los logros político-institucionales, económicos y sociales que hemos alcanzado como sociedad, con la conciencia de que no podemos poner en riesgo esas conquistas ni dar motivos para que surjan líderes populistas, de derecha o izquierda, que impongan soluciones autoritarias y desconozcan la institucionalidad democrática y el pluralismo político, como ha sucedido, lamentablemente, en muchos países latinoamericanos. Los avances de estos últimos cuarenta y cinco años deben generar la confianza de que es posible seguir afianzando la estabilidad política, la gobernabilidad y la institucionalidad democrática, continuar por el camino del crecimiento económico y mejorar la equidad social.
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