Las reiteradas acusaciones de que el país practica políticas de discriminación contra haitianos formuladas por organismos y ONGs internacionales, extrañamente impulsadas incluso por grupos y políticos locales, carecen de fundamento porque si ha habido gestos reales de solidaridad hacia el vecino estado han provenido del gobierno y el pueblo dominicano. Ciertamente hay actitudes racistas individuales, como en cualquier otro lugar, pero ni el gobierno ni la sociedad las fomentan y es una imperdonable ofensa a la dignidad nacional atribuirnos una conducta que los hechos desmienten con innegable contundencia.
Los envíos de ayuda humanitaria a Haití en los momentos más críticos de la historia reciente de esa nación han contribuido a paliar los males de sus tragedias y han sido iniciativas voluntarias, movidas por un sincero sentido de fraternidad y solidaridad, que ningún otro país, salvo quizás Estados Unidos, han mostrado. Su costo ha sido incluso tal vez a expensas de programas de asistencia social, porque a pesar de nuestra relativa situación de holgura económica, también tenemos precariedades, como nación en desarrollo que somos.
Un ejemplo de esa solidaridad se dio nuevamente con la sorpresiva visita realizada por el presidente Danilo Medina a Haití, para evaluar los daños del paso del huracán Mathew, haciendo una pausa al monitoreo de los daños locales, que también han sido muchos. El país gasta enormes sumas del presupuesto para socorrer problemas de salud derivados de la creciente inmigración ilegal y la industria de la construcción es una fuente de empleo y recursos que sostienen y alimentan en Haití a miles de hogares. Y en la frontera el comercio bilateral se da a diario entre iguales, sin discriminación alguna.
A pesar de las acusaciones, lo cierto es que el más de millón de haitianos en el país tiene aquí más oportunidades que en el suyo y eso es fácil de comprobar.