NUEVA YORK, Estados Unidos.- El dolor sigue presente diez años después del 11 de septiembre en decenas de hogares latinos, desde EE.UU. al Cono Sur, ya sea por haber estado cerca de la muerte, por la pérdida de un ser querido o por las enfermedades originadas tras los atentados.
Los ataques terroristas costaron la vida a cerca de 3.000 personas de 90 países, entre ellos Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Perú y Puerto Rico, y miles de personas resultaron heridas.
Las secuelas del 11-S se siguen sintiendo diez años después entre miles de personas que han tenido que lidiar con el dolor por la muerte inesperada de un familiar o un amigo, los problemas emocionales y económicos, y las enfermedades contraídas tras la exposición a los humos y gases nocivos de la «zona cero».
La mañana del 11 de septiembre dos aviones comerciales se estrellaron contra las Torres Gemelas, causando caos y confusión en la ciudad y consternación en el país y el mundo, y sigue presente, como el primer día, en la memoria de muchos, como la argentina Andrea Waisman. Ese día murió su única hermana, Gabriela.
Gabriela, quien tenía 31 años, acudió esa fatídica mañana a ayudar a una amiga que trabajaba en la misma compañía con una conferencia en el piso 106 de la Torre Norte y Andrea aún recuerda con precisión la última conversación telefónica que mantuvo ese día con su hermana.
«Me dijo que había escuchado un ruido. Hablé unas diez veces con ella porque se cortaba la comunicación. Creí que estaba en su oficina (cerca del World Trade Center), pero cuando me dijo que estaba en las torres pedí a mi esposo que prendiera la televisión, porque si ocurría algo allí, lo estarían transmitiendo», recordó.
En ese momento, Andrea vio en la televisión las imágenes de la primera torre que acababa de ser atacada por los terroristas, y aún con su hermana al teléfono, fue testigo del impacto «del otro (avión) a la segunda torre».
La Torre Norte fue la primera en ser impactada por un Boeing 767 de American Airlines, que se introdujo entre los pisos 93 y 99, a 790 kilómetros por hora y el golpe dejó inservible las escaleras de emergencia sobre ese nivel.
«Fue muy dramático para todos», rememora Andrea, sobre todo para sus padres, que celebraban ese día su aniversario de bodas, y recordó que habían transcurrido cerca de dos horas desde que habló por ultima vez con ella hasta que se desplomó la Torre Norte.
«Teníamos la esperanza de que hubiese podido escapar, pero no fue así», recordó con tristeza y agregó que su hermana sigue presente en sus vidas.
Miles de familias, como los Waisman, forraron prácticamente la ciudad con fotos de sus familiares desaparecidos, con la esperanza de que alguien les ayudara a localizarlos.
Waisman y su familia afrontan el décimo aniversario con tranquilidad tras la muerte de Osama bin Laden, autor intelectual de los atentados. «Se hizo justicia, no la trae de vuelta, pero fue un día mejor para nosotros» su muerte, aseguró.
Al igual que Gabriela, la salvadoreña Karla Villatoro, también estaba en la Torre Norte.
«En diez años he ido allí en sólo cinco ocasiones, y porque me han obligado. Me da pena porque ese lugar fue parte del sustento para mis hijos y donde prácticamente vivía», indicó la mujer, madre y padre para sus cuatro hijos para quien la tragedia del 11-S significó la pérdida del empleo con el que sostenía su hogar.
De ese día recuerda «la tragedia, el desespero, las ganas de salvarse». «En El Salvador hubo guerrillas y nunca sentí la muerte encima», afirmó Karla, quien debido al impacto emocional no ha podido trabajar y ha requerido tratamiento médico.
Para la dominicana Iris Ramírez, quien trabajó en la limpieza de los escombros durante cuatro meses, doce horas diarias, siete días a la semana, el 11-S ha significado vivir con temor y enferma ya que desarrolló gastritis, asma crónica y tuvo que retirarse.
«Tengo un recuerdo permanente de ese día, mucha destrucción, y el terror de que otros edificios colapsaran en cualquier momento porque les faltaban pedazos, Vi sacar cuerpos o pedazos de cuerpos», señaló.
Ramírez aseguró que sigue viviendo con terror. «Subí a un avión ocho años después de la tragedia, pero sedada, tengo que tomar píldoras para dormir y hasta para cruzar un puente porque creo que va a explotar», afirmó la mujer que tampoco ha vuelto a viajar en trenes en la ciudad.
«Me he aislado de todo, mi vida ha sido un desastre, un cambio total».