El 25 de este mes se cumplirán 53 años del derrocamiento del primer ensayo democrático dominicano del periodo post-trujillista. El golpe incruento que desalojó a Juan Bosch de la presidencia sumió al país en una inestabilidad político, económico y social que provocó casi dos años después un contra golpe militar que degeneró en una revuelta popular y una masiva intervención militar norteamericana. El legado fue una guerra civil con un saldo de cinco mil muertos y una sociedad ahogada en rivalidades políticas ya prácticamente superadas.
Las causas del derrocamiento de Bosch han sido objeto de muchas interpretaciones. El golpe se produjo entre la noche del 24 y la madrugada del 25, en medio de infructuosas gestiones para convencerlo de echar hacia atrás un decreto de destitución de un influyente militar, el coronel Elías Wessin y Wessin, comandante de la unidad de tanques de San Isidro, que sirvió luego de pretexto para la acción. Su suerte estaba echada. Pero esa no era la noche fijada para el cuartelazo. Bosch en su obstinación precipitó los acontecimientos que pusieron término a su régimen, apenas siete meses de haberse juramentado.
Cuando se anunció en la madrugada la sustitución del presidente, Bosch se encontraba en pugna con su propio partido, el PRD, y alejado de la mayoría de los sectores que habían contribuido a su triunfo en las elecciones del 20 de diciembre del 1962. Esa fue la causa de que el país no reacciona de inmediato y en su lugar se instalara un régimen cívico militar incapaz de enfrentar las duras realidades que tenía de frente el país en el campo económico y social, profundizando así las causas que condujeron a la revuelta del 24 de abril de 1965.
Bosch fue un incomprendido, pero su largo exilio lo distanció tanto del país que fue incapaz de entender a la sociedad que él intentó cambiar democráticamente. Pero su legado de moralidad es un activo de la nación.