Un cordial saludo a todos mis queridos lectores.
He estado varias veces en el Templo del Sagrado Corazón de Jesús del Tabidabo de (Barcelona). Pues he estado en Barcelona varias veces. Cierro los ojos y pienso en las manos de Jesús. Fuerte y vigorosas, de carpintero. Y, al mismo tiempo, tiernas, como cuando acariciaba a un niño o limpiaba una lágrima de las mejillas de la Virgen. Manos que entendían, respetuosas, los rollos de las, Escrituras en la Sinagoga. Dedos que enfatizaban sus palabras o escribían sobre la arena.
Las manos de Jesús bendecían, partían el pan, incluso lo multiplicaba. Eran manos que curaban hasta resucitaban. Podían expresar enojo con los mercaderes en el Templo, y ternura con los enfermos que llegaban a Él. Las manos de Jesús enseñaban, expresaban amaban. Con ellas difundía su misericordia y amor. Eran que se entregaban incesantemente. Manos orantes, cuando El subía al monte o conversar con su Padre en la madrugada.
Es hermoso meditar en las manos de Jesús e impresionarse con ellas. Pero como pensar en ellas crispadas, heridas, manos en cruz y de cruz, rotas por sostener el peso del Nazareno. Manos inertes cubiertas de sangre y bañadas con los besos y lágrimas de su madre abrazándolo muerto. Manos cruzando el pecho, muertas, envueltas por un sudario en la tumba apagada e impasible de José de Arimatea.
Es fácil moverse ante las manos dolorosas de Jesús, pero ¿Por qué no podemos ver con tanta sus manos gloriosas? Tal porque nos es más familiar el dolor. Sin embargo pienso en el momento en el que Jesús venció a la muerte, cuando resucitó. ¡Qué instante! El sepulcro imprevistamente iluminado, como una explosión, y todos los ángeles venidos del cielo ser testigos en ese momento anunciado desde siempre. Y las manos de Jesús, con la vida como nunca antes había tenido apartado el sudario. Manos con llagas, pero ¡que hermosas y resplandecientes, y cuánto amor rebosando en las heridas! Manos vivas, que volverían a bendecir, cortar y repartir el pan y que, tal vez, harían una seña de “hasta pronto” a los Apóstoles en la ascensión de Jesús al cielo.
Frente al Santísimo Sacramento uno podría preguntarse ¿Dónde están ahora las manos de Jesús, que lo tenemos escondido en un pedazo de pan?
Hasta la próxima y muchas bendiciones para todos.