INGLATERRA.– Un equipo de investigadores en Portugal ha detectado conexiones neuronales en la corteza olfativa del cerebro que podrían explicar por qué los humanos asociamos a menudo olores a ciertos lugares, según revela un estudio que publica este miércoles Nature.
La investigación, desarrollada por expertos del Champalimaud Centre for the Unknown (Portugal), parte de la base de que las «moléculas del olor» no contienen «información espacial de forma inherente».
Sin embargo, los animales salvajes «usan los olores para la navegación espacial y para la memoria», lo que les permite localizar recursos valiosos como la comida», explica en un comunicado Cindy Poo, principal autora del estudio.
«Queríamos entender -agrega- la base neuronal que sustenta estos comportamientos y, en consecuencia, decidimos estudiar cómo el cerebro combina información olfativa y espacial».
Los expertos pusieron el foco sobre la corteza olfativa primaria, un área clave para el funcionamiento del olor, «único» entre todos los demás sentidos, observa Zachary Mainen, investigador jefe del centro Champalimaud.
«Solo el olfato -recuerda- tiene conexiones recíprocas directas con el sistema hipocampal, el cual está implicado en la memoria y en la navegación».
Las neuronas del hipocampo, prosigue, son conocidas por su capacidad para funcionar como «células de lugar», ya que cada una de ellas se activa en una ubicación específica dentro de un entorno.
En conjunto, estas neuronas pueden codificar un área completa, creando así una especie de mapa neuronal espacial. Las «células de lugar» son tan fiables que los científicos pueden saber dónde está un animal simplemente observando su actividad.
«Sabemos que el sistema hipocampal envía señales a la corteza olfativa primaria. Por ello, sospechábamos que esta región del cerebro podía hacer más que identificar únicamente olores diferentes», indica Poo.
Para probar este planteamiento, los investigadores diseñaron un laberinto en forma de cruz para ratas, que poseen un gran olfato. Los roedores registraron olores situados en cada extremo para, después, tratar de averiguar dónde estaba escondida una recompensa asociada a determinado olor.
«Con esta tarea, las ratas tenían que aprender y recordar asociaciones exactas de olores y lugares», expone Poo.
Mientras los animales desempeñaban esta y otras misiones, registraron la actividad de las neuronas en una zona de la corteza, donde éstas se comunican entre sí con impulsos eléctricos y se activan cuando las ratas reaccionaban a ciertos olores, «o cuando estaban en un lugar determinado».
«Al estudiar en detalle la actividad de las neuronas de la corteza olfatoria al tiempo que los animales se movían por el laberinto, constatamos que estas neuronas habían aprendido un mapa completo del entorno», celebra Poo.
Esto, opinan los expertos, podría explicar cómo creamos recuerdos que vinculan ciertos olores a lugares específicos.
«En este estudio -dice la investigadora- descubrimos que algunas neuronas responden al olor, otras al lugar, y otras a ambos tipos de información en diferentes grados».
Según Poo, todas estas «neuronas diferentes» están «mezcladas entre sí» y están, «probablemente, interconectadas», por lo que se puede especular que «la activación de las asociaciones olfato-lugar» puede ocurrir «a través de la actividad en esta red».