Muchos de los problemas nacionales y el inmenso poder que alcanzan acumular los gobiernos y la figura presidencial se deben en gran medida a la facilidad con la que se aceptan las “verdades oficiales” y se elude la responsabilidad de hacer preguntas cuando el cielo se oscurece o la ambigüedad domina el escenario político.
Aceptamos bucólicas visiones de la economía reñidas con la realidad sin pestañear y nos aferramos así a un reino de virtualidad donde todo marcha a la perfección, a despecho de cuán mal nos vaya o se perfile el horizonte. Creemos cuanto se nos dice y guardamos silencio por temor a hacer preguntas molestosas, pagando un alto precio por ello. Suponíamos, por ejemplo, que vivíamos una democracia basada en un sistema de economía capitalista. Hasta que el entonces presidente Fernández, en ocasión de un viaje a Cuba coincidió con Fidel Castro en que el capitalismo—así lo escribió en un artículo el líder cubano—es un sistema que suda “toxinas venenosas” por todos sus poros.
Ningún dirigente empresarial o de oposición, ningún congresista o líder religioso, le pidió al señor Fernández una aclaración sobre esta definición del modelo económico que nos rige. Y es improbable que todavía algún medio cuestione al presidente del PLD por esa apreciación tan pobre del sistema que se supone traza la marcha de la economía. La revelación por el señor Castro de los sentimientos del señor Fernández podría haber puesto al descubierto uno de los secretos mejor guardados en el país, por cuanto si ella fuera cierta no habría lugar para entusiasmo en relación con anheladas medidas encaminadas a liberar la economía nacional del tutelaje estatal que estanca el desarrollo.
Por aquellos días Fernández expresó el honor que para él significó reunirse con el tirano antillano. Castro dijo luego que ambos comparten las mismas ideas sobre el capitalismo.