Pocos saben lo que conlleva crear un artista como una marca establecida en estos tiempos. De hecho, pocos conocen su importancia. No solo bastan las buenas intenciones sino que también hacen falta los numeritos.
Hay artistas del patio que cuentan con talento, la imagen y un poco de relaciones, pero para llegar a ser lo que se espera esto no es suficiente.
Al igual que un frasco de licor o de perfume el artista es un producto que debe cumplir con la calidad y las exigencias que sus consumidores esperan al momento de mostrarse.
Por eso es muy común en estos tiempos ver proyectos que se gastan 6, 7 hasta 10 millones de pesos para que su artista prenda y se desangre en un intento desesperado de introducirlo al medio. Rafely, Johnny Sky, Gabriel y Ray Jhon, Elyn Holguin, Giselle Taveras. J.Martin son solo una pequeña muestra de lo que decimos.
La mayoría se buscan managers de paginitas pensando que lograrán algo y ni pasan de la pista de despegue. Es lógico, les falta el combustible para despegar y buscar el nicho entre sus iguales: El manejo y las fórmulas.
La música se basa en la tendencia. No en chismes y escándalos… La tendencia es la popularidad que puede medirse por el consumo y este como último es el índice de permanencia en el gusto. Los ritmos de los pueblos siempre han estado ahí. La diferencia está en quien los sabe fusionar. Así se marca la moda del momento.
Siempre he sido de los que creen que la música no tiene círculos sociales en específico, sino miren el ejemplo del dembow o el rap, que al igual que la bachata en su momento; nace en el seno más humilde del barrio y se va expandiendo hasta llegar al joven de Piantini o el Naco.
No es con “lambonismo” que se sube a un artista es con manejo.