SANTO DOMINGO, República Dominicana.- El caso de la niña de cuatro años que fue abusada, golpeada y finalmente asesinada a manos de un adulto y un adolescente que tiraron su cuerpo en un basurero de Santiago es un hecho horrendo que sobrecoge el ánimo de cualquier persona, por más fría e insensible que sea, y revela el grado de crueldad y degradación moral que se registra en ciertos estratos sociales del país.
Este espeluznante crimen precedido de una angustiante desaparición y las características con que fue cometido revela un preocupante descontrol y descomposición en la forma en que algunas familias ejercen su responsabilidad de ofrecer a sus hijos una educación doméstica basada en valores y servirles de guía con su ejemplo de vida.
Se trata de un problema complejo que se ha ido agravando porque muchos de los jovenzuelos que caen en la delincuencia y la criminalidad están en una etapa de sus vidas en que deberían ser debidamente protegidos y orientados.
Muchos de ellos provienen de hogares disfuncionales con jovencitas que quedan embarazadas a temprana edad sin apoyo de un compañero digno y responsable, sumidas entonces en la total indefensión como madres solteras.
Sin embargo, nada de esto puede tomarse como elemento para explicar o justificar un crimen bestial como el que tronchó la vida de esta pequeña criatura.
Este doloroso drama humano deja otras lecciones que deberían ser objeto de profunda reflexión: la importancia de que los padres de familia tengan conciencia y asuman con mayor responsabilidad y eficacia la vigilancia y cuidado de sus hijos, con estricto rigor y eficacia durante los primeros años de la infancia.
La madre de la niña asesinada ha sido detenida y será procesada por haber actuado con negligencia y descuido al enviarla sola y en horas de la noche a realizar una compra en un colmado, del cual nunca regresó.
Esta acción de parte de las autoridades y de la justicia no restaura una vida malograda, pero sienta un precedente y ojalá contribuya a que los padres estén más atentos a sus hijos y de esta forma evitar nuevas tragedias en que el llanto es comprensible, pero no elimina la corresponsabilidad cuando se ha actuado con inexcusable negligencia.