En un salón de belleza de la ciudad de Santiago, encontré una pareja, que hacía años no veía; la acompañaban sus hijos; mientras esperábamos turnos para ser atendidos, conversamos de temas variados, de experiencias por el camino de la vida. Siempre que las narro, me veo precisada a hacer alusión a algún escenario internacional donde me encontraba; así que, de una u otra forma, doy pinceladas de América del Norte, del Sur, Central, Europa, África, islas y cruceros por el Mar Egeo, el Caribe, el mediterráneo occidental, etc.
Observe que los niños escuchaban con interés, nuestro dialogo. Inesperadamente, la niña, Ana Raquel, de 13 años, me pregunto ¿Qué lecciones ha aprendido de haber viajado por tantos países? Le respondí, que la mejor lección es recordar siempre que los seres humanos, en esencia, somos iguales; tenemos cuerpo y alma; que los sanos valores morales, son el tesoro más valioso que puede llevar y encontrar, el equipaje más liviano; tranquilizan el espíritu y son recibidos con alegría por doquier; son los mejores guías, pues te conducen por el camino del bien, mueven a respetar al prójimo, contribuyen a que reiné la armonía.
En verdad, no me había detenido a pensar en el aprendizaje que se desprende de viajar, de conocer diferentes escenarios y culturas. Son muchas las lecciones recibidas; una de ellas es recordar siempre, que todos los seres humanos tenemos cuerpo y alma; el CUERPO necesita recursos materiales para alimentarse; varían acorde a la disponibilidad y preferencias de la persona; para alimentar el ALMA, los recursos son universales; lo llevamos en el YO interior; si son sentimientos hermosos, sanos valores morales, mueven a respetar, amar al prójimo, abren puertas, dan bienestar general; cuando llega a un pais y los esgrime, da los pasos con firmeza, sin temor.
Si alimentamos el alma con antivalores, esto es, odio, rencor, orgullo, ambición sin medida, irrespeto, corrupción, injusticia, etc.., se observan en las actitudes y acciones de las personas; cierran el paso, quitan la paz, conducen a la infelicidad,
Otra lección aprendida es que las tradiciones y creencias van definiendo la cultura de cada pais; estas, unidas a la educación formal y directrices de los gobernantes, al institucionalizarlas, establecen diferencias entre naciones.
Los viajes enseñan, que no importa el escenario donde estemos: el desierto en Egipto, las paradisiacas islas griegas del mar Egeo, las montañas en Guatemala o Suiza, la disciplinada Alemania, la monarquía en España, el agitado NY, etc. sí sabemos buscar los seres humanos, acorde a nuestra personalidad y valorar los recursos de la naturaleza, plantas, ríos, mares, etc., nunca sentiremos soledad ni tristeza, quizás añoranzas, melancolía.
Indiscutiblemente, “el bastón” más seguro con que se viaja es tener fe en Dios y regirnos por sanos valores, pues se esgrimen sin problema por doquier y permiten comprender a los demás, contribuyendo a que la vida fluya sin tropiezos y reine la paz.
La gran lección es que la vida en sí es un viaje irrepetible a un lugar desconocido; donde elijes el camino a seguir y los instrumentos para explorarla; encuentra tristezas y alegrías; bondad y maldad; piedras y ríos de agua frescas; enfrentarlos con amor, da tranquilidad; y cuando está llegando al final de este, consciente o inconscientemente, “comienza a recoger el equipaje”, organiza el retorno, descansa en paz.