Luis Abinader será recordado como un gran presidente. Condujo al país exitosamente en la pandemia y al inicio de la guerra de Ucrania. La estabilidad, recuperación y crecimiento han sido admirables y reconocidos. Si hacía falta algo que sólo él y ningún otro hizo, ese legado es su reforma constitucional para que ningún presidente pueda ser reelegido más de una vez, poniendo fin a la tradición reeleccionista. No me opongo a las reelecciones, aunque aprecio la valentía y decencia de Luis, quien dijo: «Esta es una muestra clara de mi convicción y compromiso democrático. Termino el 16 de agosto del 2028 y no sigo más, no sigo más. Nunca más. Ningún presidente, presente o futuro, podrá modificar las normas de elección para beneficio propio». Hay que ver si permanece el carácter inmodificable atribuido a la alternancia como principio esencial, en un país de fundamentos harto movedizos. Hay muchas teorías y doctrinas sobre las constituciones y el derecho constitucional, pero lo esencial es el concepto de nación que compartan los ciudadanos dispuestos a exigir y defender la legalidad que se den democráticamente. Lo demás es cháchara circunstancial: palabras, ideas o aspiraciones enunciadas, desperdiciadas y a veces puestas en papel. Las constituciones deben grabarse en el alma de los pueblos conscientes. ¿Estemos presenciando el inicio de algo nuevo y duradero? Ojalá que sí…
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