Licencia para matar

Parece que estamos en tiempos de patanas, para desgracia de la juventud.

Ha sido atropellado este sábado 9 de junio de tarde por un carguero de combustible, el oftalmólogo Eude Cabral Espinal, 31 años, quien cruzaba en su bicicleta la calle Bienvenido Fuentes Duarte esquina Frank Grullón, San Francisco de Macorís.

Horas antes, el jueves 7 a las 3:30 de la madrugada, en la avenida Estrella Sadhalá de Santiago, morían Orlando Peña y Dilson Belén, de 31 y 20 años, al ser embestido el carro público que habían abordado por una patana cargada de refrescos y cervezas.

Y el lunes 4, en la capital, a la salida del puente Bosch, un chófer perdió el control de su gigante de acero y terminó incrustado en un centro de Internet del barrio La Fuente. Murieron Antonio Fernández, 15 años, y Julissa Bautista, de 8. Cuatro personas resultaron heridas.

Es probable que en este minuto otra patana repita una escena similar. O es posible que dos de ellas compitan a alta velocidad en cualquiera de las carreteras del país. O que dos autobuses atestados de pasajeros rujan a medio metro de vehículos de bajo cilindraje que circulan por las vías. O que un desaprensivo conduzca una jeepeta o un carro por encima de la velocidad recomendada… Es casi seguro que en este momento el luto llegue a alguna familia dominicana a causa de un “accidente de tránsito”. Y que ese luto sea por una vida joven.

En 2010, en República Dominicana murieron 2,373 en 34,000 accidentes de tránsito, según un proyecto de investigación de Adrian Puello. La tasa mortalidad es, según el autor, de 34 por cada cien mil, superior a la de América Latina, que es de 17. En el mundo cada año 1,2 millones personas mueren por esta causa.

En su exploración, Puello cita como primera causa el uso de objetos distractores como celulares y pantallas incorporadas al vehículo, mientras estableció como secundario el consumo de alcohol y otras drogas antes o durante la conducción.

En 2011, conforme la Autoridad Metropolitana de Transporte, sucedieron 1,586 decesos por este motivo (8.26 por ciento en camiones y 1.20 en autobuses).

Pocas muertes y discapacidades físicas y psicológicas se registran aquí a partir de la cantidad de locos y locas que agarran los volantes. No he visto en el mundo tránsito más caótico que el de este pedazo de isla. Aparte de distractores y drogas, es común el ciudadano que, imbuido de inconciencia y arrogancia, conduce vehículos a alta velocidad, con neumáticos y frenos en mal estado, solo agarrado de la seguridad que le provea Dios. Y esta práctica irresponsable incluye a las empresas privadas.

Estamos ante un grave problema de salud pública harto diagnosticado, el cual, sin embargo, solo despierta interés a la hora del evento, como insumo mediático. Falta resolverlo. Y la solución está en una combinación perfecta y permanente de voluntad política, ejercicio de la autoridad estatal, responsabilidad empresarial y conciencia ciudadana. Porque calles y carreteras están plagadas de monstruos disfrazados de humanos con licencias oficiales para matar, porque se alimentan con sangre humana.

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