Hace poco más de una semana, peledeístas antibochistas hijos de la conveniencia, que ahora abundan como verdolaga en tierra fértil de instituciones estatales, y perredeístas con fuerte influencia varguista, maniobraron con malas artes para apabullarme en el proceso de elección del director de la Escuela de Comunicación de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
El conteo de los votos comenzó a las 8:00 de la noche y duró cerca de media hora. La diferencia de dos sufragios a favor del adversario fue suficiente para que yo “tirara la toalla” y elaborara una nota de agradecimiento a los académicos y académicas que me favorecieron, a quienes lo harían por mí pero que les negaron el derecho humano de elegir y ser elegidos y a quienes, por convicción o por miseria humana o por simple claudicación ante ofertas envenenadas, optaron por el otro candidato.
Dejé claro que en matemática simple, dos es más que uno, y que las destrezas de la acera del frente habían vencido al equipo que desde diciembre hasta enero me había solicitado que inscribiera mi candidatura porque llevaría la etiqueta de victoria debido a su fuerza moral y al trabajo tesonero que desarrollarían.
No solo acepté la derrota, sino que anuncié mi retiro definitivo de cualquier aspiración electoral a lo interno de la instancia donde laboro hace 21 años. Y mi disposición a seguir, hasta mi jubilación, asesorando algunas tesis e impartiendo talleres y seminarios a los estudiantes de comunicación, gratis. No es mucho pero creo que con ello contribuyo a que amainen su vergüenza en el mercado de trabajo.
Ayer, sin embargo, he visto al ingeniero-matemático Miguel Vargas Maldonado, candidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano, en un acto de insólita rebeldía ante los resultados finales de la convención, pese a que en la víspera había firmado un pacto de aceptación de los resultados con su adversario Hipólito Mejía, con los auspicios de la Comisión Nacional Organizadora. Siete puntos porcentuales a favor del ex Presidente Mejía es demasiado y cualquier argumento de Vargas, después del “palo dao”, implicaría un riesgo alto de perder parte importante de lo que ha ganado como político.
Quizás le convenga más a la corriente perdedora mirarse a su espejo para identificar los errores garrafales que han provocado el deslave sepulturero de sus aspiraciones presidenciales en esta coyuntura.
Porque hicieron todo para perder: desde actitudes arrogantes y uso abusivo del poder económico y partidario que ostentan en contra de dirigentes influyentes como Guido Gómez, Tony Peña y Fello Suberví, hasta asumir un discurso mediático orientado a subestimar, ridiculizar e irrespetar a un Hipólito trabajador sistemático, que había sido su papá político y económico. Y en ese trajín, descuidaron a las bases. Así, resucitaron al muerto y perdieron el favor de la mayoría de los votantes. ¿Por qué llorar ahora como niños…?
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