El Presidente Leonel Fernández dispuso hace un tiempo la construcción de un ambicioso edificio multimedia para la Escuela de Comunicación de la UASD. Pese a que insistió en ello, un rector con aire de faraón ordenó lo contrario porque esa no era su prioridad. Y se cumplió su palabra santa.
El mandatario prometió apoyar el proyecto de las estaciones de radio y televisión presentado por la dirección de la Escuela de Comunicación. Y el Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (Indotel) le tomó a pie juntillas la palabra y comenzó a trabajar luego de la gestión de un primer aporte de la embajada de Estados Unidos. Pero los rectores y decanos consideraron que eran otras sus prioridades. No solo se negaron a invertir siquiera un centavo para mantener en el aire las estaciones, sino que por lo bajo apoyaron todo tipo de travesuras para destruirlas, obviando su gran importancia para la academia. Fue tumbada la antena que había sido instalada porque en el lugar urgía construir un parqueo, o sea, un pelado que a un caprichoso se le ocurrió para diluir rápido un dinero sobre el cual nadie le ha rendido cuentas a la comunidad universitaria, un momumento a la irresponsabilidad, detrás del polideportivo. Fueron saboteados los equipos de transmisión, escaladas sus instalaciones… Luego, los indiferentes reclamaron su autoridad para nombrar a «amigotes» internos y externos.
Ahora, el Gobierno es objeto de ácidas críticas públicas por haber construido por mil millones de pesos (4 millones de dólares) un lujoso edificio con capacidad para estacionar 1,200 vehículos. Sobrevaluado y no prioritario, le han cuestionado desde adentro y desde afuera.
Aunque evadan culpas, tal monstruo de hormigón sí ha sido, sin embargo, una prioridad de rectores y demás autoridades que, en sus respectivas gestiones, hasta lo santificaron. Que yo recuerde ningún organismo lo rechazó; ninguna voz brotó en contra… Nadie se atrevió.
En una frase: si esta obra no hubiera recibido el visto bueno de ellos y de los suyos, allí todavía hoy se estuviera quemando neumáticos, dañando propiedades privadas y hasta la hubiesen demolido a pedradas y mandarriazos. Así que, bueno o malo el estacionamiento, las autoridades son corresponsables. No olvidar nunca la cultura de la gatita de María Ramos que allí se enseñorea.
La conveniencia de hoy manda sin embargo a entretenernos con el parqueo recién inaugurado. Porque hay que congraciarse echándole la vaina al otro y presionar para lograr otros objetivos. Y ese es el problema grave de la UASD. Ella vive cada minuto cocinándose en su propia salsa; dejándose engullir por la politiquería, el oportunismo, la retaliación, el chantaje y la vagancia; distanciándose por tanto de la visión que debe sustentar como academia, ultrajando a la ciencia, subestimando la inteligencia, apostando a la corta memoria inculcada en las personas y de paso peleándose con quien le socorre ante sus recurrentes gritos de auxilio.
Ella necesita aparcamientos para despejar sus espacios, desarrabalizarse un poco y reducir la contaminación sónica y por humo. Deberían edificarse empero conforme las prioridades que aconseja la racionalidad en un país y una academia pobres. Y deberían ser menos caros y más utilitarios, como lucen los que levanta la rica Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, recinto Santo Domingo.
La remodelación de la sede uasdiana, después de la «Biblioteca Pedro Mir», debió seguir con sus vetustas facultades y los nuevos laboratorios, no con el conjunto arquitectónico de rectoría, vicerrectorías, aula magna, parqueo y oficinas administrativas. Por lo menos, eso indica la lógica. No obstante, el capitán y su tripulación prefirieron salvarse dejando al garete a los pasajeros. Igual que los padres que andan encorbatados dándose la buena vida mientras sus hijos deambulan harapientos a expensas de las tentaciones de la calle.
No hay manera de entender y celebrar el lujo allí, si las facultades se caen a pedazos, más por la irresponsable carencia de mantenimiento que por la vejez. Son espacios tétricos, fétidos, sin baños con sanitarios que sirvan, ni agua corriente ni jabón ni papel que ayuden a evitar el cólera que se discursea; con aulas que aburren, con pocas butacas, pizarras malas, sin escritorios ni sillas para los profesores; sin iluminación adecuada, sin enchufes para conectar un proyector… No hay manera de entenderlo sin inversión en los docentes, con bajos salarios, con seguro médico pésimo, con interminables y costosos pero improductivos viajes de rectores y seguidores cercanos con cargo a las costillas de lo poco que la institución recibe del Gobierno. No hay manera de entenderlo con tantos nombramientos políticos ni con tan poca gente trabajando y mucha cobrando; ni con unas construcciones de edificios innecesarios que algunos algunos rectores han ordenado fuera de presupuesto…
Favorezco que la UASD sea convertida en una gran ciudad universitaria cónsona con este siglo; favorezco una inversión sistemática del actual y de los próximos gobiernos, como establece la ley. Mas no basta el ropaje. Desde mi dolor, admito que ella urge de una refundación, pues siento que perimió su vida útil; que, como anda, se parece mucho a un barril sin fondo, un sistema entrópico sin mecanismos que lo equilibren. Ella es una institución autónoma y estatal. No una parcela privada, ni un partido, ni un gobierno ni mucho menos un Estado aparte donde el disenso sustentado en el lema «faro de la democracia» tiene el precio del deprecio y la exclusión y donde los cargos se reparten en función de quienes inviertan más millones en las campañas (para que saquen su inversión).
La UASD debe exigirle atención al Gobierno. Y el Gobierno y la sociedad, a la UASD. Velar ella y él por el uso racional del erario. Con honestidad, sin disfraces. Sin cómplices de parqueos.
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