Ese pudor (sexual, racial, social…) toma la escena en formas diversas, a veces con imposición, a veces con vestiduras desgarradas. Siempre los mismos y en detrimento de los mismos. No faltan las declaraciones incuestionables de quienes tienen en su mano derecha la pierna de Dios. La reacción hace lo que sabe. Mientras, el país recibe de adolescentes más del cincuenta por ciento de sus futuros habitantes, condenándonos a la imposibilidad de tener ciudadanos y ciudadanas.
Ahora es la respuesta a una campaña educativa que hace tiempo necesitaba nuestra sociedad. Es el grito de una doble moral que pagan caro los más débiles y que dispone sobre la dignidad de las personas. El gesto es conocido, la moral como desodorante, como perfume de sándalo para todo lo que atente contra “las buenas costumbres”. Y con buenas costumbres hemos mirado hacia otro lado, mientras crece una bomba de tiempo social llamada República Dominicana.
Las cifras están ahí, al alcance de todos, pero preferimos el asombro ante la impúdica intención de que nos sepamos dueños de nuestro cuerpo. No basta la cantidad de embarazos no deseados y de muertes en “perreras” (centros de aborto clandestino) hijas del artículo 30. No basta la cada vez más dolorosa realidad de pobreza y falta de oportunidades a que nos condenan con su imposición moral. No, tampoco basta la cantidad de mujeres, menores y mayores, acosadas en la escuela, la universidad, la casa y el trabajo. Nada les basta, porque el temor es rentable para quienes tienen en sus manos la palanca divina. Es ese temor, esa imposición moral, el barbitúrico que mantiene diezmada a una sociedad que vive de migajas.
Los derechos nunca han sido para ellos otra cosa que un invento, “una tontería de gente carente de moral y de principios”. Lo fueron en la Francia de 1789. Lo son cada vez que piden mano dura contra “la delincuencia” (hedionda) mientras gestionan impunidades a prestantes señoras que cometen “indelicadezas”.
Quienes analizan las reacciones del discurso conservador pueden notar que siempre se vale de las mismas armas. El adjetivo (des) calificativo, la negación de derechos sin argumentos visibles y su apelación más común, el llamado al sentimiento nacionalista. Engañar es muy nuestro. Decir las cosas por su nombre y reconocer y luchar por los derechos de las personas siempre serán tonterías impuestas, ideas importadas. Cuando la cosa se enciende, llaman a los cucos tradicionales. Nosotros callamos.
Pues es momento de hablar. Es hora de promover un debate serio de las políticas públicas y sus aristas. Es tiempo de definir cuál es el Estado que queremos: un Estado laico, que respeta y promueve la salud de sus ciudadanos y ciudadanas o un Estado que impone la moral de una parte en detrimento de las mayorías.
Siempre está la opción de mirar hacia arriba y taparse la nariz con un pañuelo perfumado mientras las heces nos llega al cuello.
El autor es escritor y estratega en comunicación. Socio gerente de nazariocomunicacion.com.