Durante la tiranía trujillista era normal la existencia en el país de empresas monopolísticas propiedad del dictador Rafael Trujillo y regenteadas y administradas por testaferros. Formaban parte del patrimonio del tirano, la industria azucarera, la Central Lechera, la Cementera, las empresas importadoras de vehículos, la compañía Dominicana de Electricidad, las fábricas de pintura, de clavos, de baterías, la Compañía de Seguros San Rafael, la Dominicana de Aviación, y la Fábrica de Sacos y Cordelería, entre otras.
En todas las dictaduras, el monopolio, el nepotismo político y económico, constituyen una constancia y se acepta como algo normal, so pena de aquel que se atreva a protestar. El monopolista controla la cantidad de producción y el precio. El oferente monopolista es el que puede fijar el precio utilizando su poder de mercado.
Traigo esto a colación porque desde que se estableció la democracia en el país, tras la muerte de Trujillo, los gobiernos surgidos, como parte de sus programas, se propusieron atraer las inversiones extranjeras, aprovechando el clima de paz imperante, a fin de fortalecer la economía.
Como es de todos sabidos, los gobiernos mantienen reglas bien claras para la inversión extranjera con el propósito de evitar el monopolio y no perjudicar a las empresas criollas que produzcan bienes y servicios similares.
Sin embargo, se da el caso de algunas multinacionales, que no olvidan su vocación monopolística, y tratan de perjudicar con maniobras, non santa, a pequeñas firmas criollas. Aunque eso no se vea todos los días, pero se producen casos en los cuales el gobierno debe tomar medidas para detener el impulso voraz de ciertas multinacionales.
Debemos recordar, que un monopolio es una situación de fallo de mercado en el cual, para una empresa que ofrece un producto, un bien, un recurso o un servicio determinado, existe un productor monopolista, en el caso de carecer de productos sustitutivos.
Pero eso no es lo que ocurre aquí, porque empresas de servicio, cual que sea, no pueden impedir que productos similares sean boicoteados por el que aspire a monopolizarlos. Ningún sindicato tampoco puede monopolizar el transporte de cargas y de personas si existe una ley que lo impide.
Estos son los Goliats que se olvidan que tienen un David, que es la ley, a la cual hay que ceñirse y respetar, para no perjudicar a las empresas criollas y extranjeras, como suele ocurrir.
Este gobierno, encabezado por un presidente democrático, como lo es Danilo Medina, creemos que se mantiene alerta para evitar que empresas, con marcada vocación monopolística, no perjudiquen a los negocios pequeños.
Por consiguiente, y para bien del país, se debe evitar que los tiburones se engullan las sardinas. Eso se estila en los gobiernos dictatoriales. Aquí impera la equidad y una política de libre empresa, por lo que la oportunidad en el mercado local debe ser para todos, sin ningún tipo de excepción.