La historia del Estado-Nación denominado “República Dominicana” es la historia de un gigantesco despojo. Y a ése despojo se ligan indisolublemente las ambiciones de la clase media por ascender en el orden social y económico. La seudo-república no ha sido más que el escenario de la movilidad social y las angustias de los pequeños burgueses, y el saqueo del Estado ha constituido la norma. Por eso no es nada nuevo que el pensamiento liberal altere su naturaleza para reproducirse a sí mismo en el poder. Antes de lo que está ocurriendo ahora con el pichón de dictador de Danilo Medina, el ejemplo más angustioso es el del Partido Azul, porque Ulises Heureaux se encaramó en el dulzor de su primer juramento, reburujando a Azules y Rojos, y desfogó su ambición irrefrenable alterando la naturaleza liberal del proyecto restaurador que encabezaba Gregorio Luperón. Desde entonces, la raya que separa a liberales y conservadores se entrecruza, y cuando la verticalidad de una propuesta se mantiene, como en los casos de Ulises Francisco Espaillat y Juan Bosch, seis meses después termina en tragedia.
Es por eso que Américo Lugo será por siempre un pensador indignado; se empinó iracundo apoyándose en esa constante, y tronó maldiciendo nuestro destino: “El Estado dominicano (…) no ha podido subsistir sino en condición de farsa o parodia de los Estados verdaderos”. Y esa “parodia de los Estados verdaderos”, ha tenido momentos trágicos y hasta cómicos. Santana fundó un Estado sin el pueblo, y era como un país portátil que viajaba en su mochila. Báez se robó “hasta la cubertería del palacio de gobierno”, y cuajó un desprecio inaguantable contra su propio pueblo, aunque fue él quien dio aliento al espíritu aventurero de la clase media, como dice Juan Bosch. Lilís era un portento para saquear al Estado. Entre la riqueza pública y su fortuna personal no había diferencia. En los burros de “Guelito”(el general Miguel A Pichardo, su hombre de extrema confianza) viajaban la nómina pública junto con los dineros de las amantes de turno y el pago al viejo Vicini (“Págale al viejo Vicini, y no lo pongas a firmar ningún papel, que cuando él me prestó no me puso a firmar nada”). Pero la extrema depauperación del Estado por la clase media la narra el propio Juan Bosch en su libro “Composición social dominicana”, son los “vales” en el gobierno de Ignacio María González, cuyo valor de cambio alcanzaban hasta para pagar a las prostitutas por sus favores sexuales en los cafetines de mala muerte.
La del Estado-nación dominicana es la historia del saqueo. Podríamos llenar numerosas cuartillas, infinitos escenarios en los cuales la realidad supera la imaginación. El trujillismo, cuya dimensión de saqueo absoluto y dominación alcanzó hasta lo mágico religioso, supera a todas las emanaciones divinas de los dictadores del continente. Balaguer nos hizo creer que su segunda naturaleza era el poder. Leonel Fernández mordió el destino, para legitimar el saqueo. Hipólito mordió el ridículo. Y creíamos que lo habíamos superado todo, que habíamos agotado todos los límites, y que nuestros martirios nos autorizaban a confundir la memoria con la imaginación. Pero no. Apareció Danilo Medina, un hombre que adora el plagio, y nos propone reproducir un esquema de saqueo del Estado casi perfecto. Lilís coaligó Rojos y Azules para el saqueo, e hizo desembocar el aliento liberal de los azules en dictadura. Danilo Medina organiza el saqueo del Estado con Rojos, Blancos y Morados; están dispuestos a todo para desvencijarnos. Es duro que le dan con un palo a la piñata del Estado. Y préstamos van y préstamos vienen, y gente que ni siquiera ha nacido ya carga con una porción de la deuda que estos irresponsables han consumido. En una historia tan truculenta como la dominicana, no se conocía tanta determinación para el saqueo del Estado. Danilo Medina encontró su verdad en la elaboración de sus mentiras. El pedía sólo un periodo para mostrarnos la luna, ahora despliega su vocación de absoluto mostrándonos el trasero. Una lamentable historia repetida. Y al que crea que miento que lean la declaración jurada del pasado cuatrienio de José Ramón Peralta, y la de Gonzalo Castillo; y luego lean las de ahora, ¡cuatro años apenas!, para que vean cómo es que se corta el bacalao. Y no pasa nada, nada. ¿Es que no hay límite? ¡Oh, Dios!
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