Mis padres pertenecían a una importante estirpe de la zona sur del país, la región a la cual llegaron los primeros misioneros cristianos al país. Pronto recibimos y mi propia familia contribuyó a la contrición de una iglesia y de un colegio que regenteaba una religiosas. Allí aprendió la doctrina cristiana, los números y las tareas. Yo vivía muy apegada a las hermanitas. Cada día acudía a la Santa Misa y rezaba el Oficio Divino con ellas. Me enseñaron a rezar el Santo Rosario…A mí, todo esto me atraía. El esplendor de las ceremonias litúrgicas, la paz y el silencio del, convento, junta con la bondad de las maestras, enamoraban cada su alma inocente. Rosa hizo, entonces, la firme decisión de convertirse en religiosa y dedicar su vida a la oración y a la educación de los niños. Al cumplir los dieciséis años reveló su santo deseo a sus padres. Ellos que eran buenos cristianos, también ellos admiraban a las religiosas y estarían en que se uniese a ellas. Sin embargo, cuando era niña, había sido prometida en matrimonio con el hijo de un importante señor de la guerra en las provincias del norte.
Precisamente cuando su salud comenzó a agravarse, algunos viajeros le trajeron la noticia de la proximidad de los sacerdotes cristianos. Y ella los mandó a llamar inmediatamente.
Después de reconfórtala con la Unción de los Enfermos, el padre Alonso preguntó a la venerable anciana: ¿Como usted mantener la fe y la confianza durante tantos años? Con a ligera sonrisa, Rosa retirando suavemente la mano la metió de la sabana, le mostró un rosario muy gastado y dijo: Este es quien tuvo mi alma atada al Cielo durante más de setenta años. Cuando niña, mis maestras me enseñaron que la Virgen María jamás abandona a quien reza con fervor.
Terminamos con este pedazo del Evangelio de Juan, Capitulo 19, Versículos 25 y 26 que dicen: Estaban junto a la Cruz de Jesús su madre, la Virgen María; la hermana de su madre, María la de Cleofás, María Magdalena.
Seamos como la Virgen. Que siempre estemos al pie de la Cruz de Jesús.