La transición política a la democracia en la República Dominicana comenzó el 30 de mayo de 1961 con el ajusticiamiento del tirano Rafael Leónidas Trujillo. Tras treinta y un años de poder absoluto, la muerte de Trujillo creó la posibilidad de una apertura del sistema político que diera lugar a una transición y eventual consolidación de la democracia. Pero ese proceso de transición no estaba garantizado de antemano como expresión de una ley inexorable que conduciría inevitablemente al país hacia un sistema democrático. El desenlace del proceso que se inició aquel día histórico dependía de una compleja construcción política en la que incidían factores estructurales y coyunturales, de orden nacional e internacional, así como las decisiones que fueran entretejiendo los múltiples actores políticos, sociales y militares que gravitaban en esa coyuntura crucial de la vida política nacional.
Con fuertes conflictos y tensiones, en un ambiente de gran efervescencia política y polarización ideológica, se logró lo que Guillermo O´Donnell denominó la “primera transición”, esto es, la celebración de elecciones y el ascenso al poder de un gobernante civil democráticamente electo, pero no se pudo lograr la consolidación del sistema democrático, esto es, la “segunda transición” al decir de dicho autor. En este esquema analítico, la elección del profesor Juan Bosch representó la primera transición, mientras que el golpe de Estado en su contra marcó el fracaso de la segunda transición. En un contexto caracterizado por un pasado autoritario, predominio de la violencia política, debilidad de los incipientes partidos políticos, ausencia de instituciones sociales fuertes, polarización ideológica en torno al fenómeno del comunismo, falta de experiencia en el ejercicio de la negociación entre actores y unas fuerzas armadas resistentes a la subordinación al poder civil, entre otros factores, hizo imposible que se sostuviera el proyecto de transición democrática.
Luego de un corto, pero intenso período en el que hubo un gobierno de facto, una guerra civil y una intervención extranjera, se produjo en 1966 una restructuración política en torno a un gobierno civil fuertemente autoritario en el que la violencia política, desde múltiples ámbitos, siguió siendo un factor determinante en la vida nacional. Además de la gran transformación material de la sociedad y la emergencia de sectores empresariales y de clases medias, durante ese convulso período de la historia dominicana se fue produciendo un proceso de redefinición y fortalecimiento de los partidos y liderazgos políticos que apostaron, como suele decirse, a la democracia.
El Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y su líder José Francisco Peña Gómez fueron clave en el diseño de una estrategia efectiva en búsqueda de la transición democrática, al tiempo que el propio presidente Joaquín Balaguer, quien gobernó con un fuerte apoyo e involucramiento de los militares en la política, entendió sus límites y dio paso en 1978 a un cambio político que abrió las puertas hacia la consolidación de la democracia. De hecho, esa fue la primera vez que se produjo un traspaso de mando pacífico de un partido político a otro en la historia dominicana.
Desde ese tiempo a esta parte han transcurrido cuarenta y seis años durante los cuales en el país no se han producido golpes de Estado, quiebre del sistema democrático o movimientos insurreccionales, al tiempo que todos los partidos políticos importantes han ganado elecciones y ascendido al poder. Aunque suele pasar desapercibido, uno de los hechos más notorios de esta etapa política que pronto cumplirá medio siglo es que, a pesar del telón de fondo histórico lleno de violencia política, esta desapareció de la vida nacional, lo que ha contribuido enormemente a la consolidación de una cultura según la cual al poder se asciende por elecciones y no a través de las alzadas militares o acciones subversivas. Si bien ha habido coyunturas difíciles, como la de 1994, la clase política ha sabido resolver sus diferencias mediante acuerdos y a través de las vías legales.
Un factor clave de esta historia política moderna dominicana de estabilidad y gobernabilidad democrática ha sido la relativa fortaleza de los partidos políticos, los cuales han sido los vehículos para canalizar las demandas y aspiraciones de los diferentes sectores sociales, encauzar las luchas electorales y ejercer el gobierno en el marco de la legalidad democrática. A diferencias de otros países de América Latina, en la República Dominicana no se ha producido una pulverización de los partidos políticos ni ha surgido un líder mesiánico de tipo populista, de derecha o izquierda, al margen y por encima de los partidos.
Sin duda, el sistema de partidos políticos ha experimentado cambios en este largo período, pero no al punto de dejar a la sociedad invertebrada políticamente como sí ha ocurrido en otros países latinoamericanos. El Partido Revolucionario Moderno (PRM), desprendimiento del PRD, luego de que ese sector político estuviera fuera del poder durante treinta de los treinta y cuatro años que van desde 1986 hasta 2020, logró articular un proyecto político opositor exitoso que desplazó al Partido de la Liberación Dominicana (PLD), el cual había gobernado veinte de los veinticuatro años que van desde 1996 hasta 2020. A su vez, este último había durado veintitrés años sin llegar al poder hasta que ganó las elecciones de 1996.
No obstante, no hay garantía de que el sistema político dominicano contará siempre con partidos políticos fuertes que sirvan de soporte a la competencia democrática. En la actualidad, hay motivos de preocupación. Mientras el PRM tiene una hegemonía del escenario político e institucional como poca gente pudo imaginarse unos años atrás, el PLD experimentó una sensible división que dio lugar al nacimiento de un nuevo partido político -la Fuerza del Pueblo- liderado por el expresidente Leonel Fernández. Esta división de la oposición augura serias dificultades para que esta pueda articular un contrapeso efectivo con miras al próximo ciclo electoral. Ambos partidos políticos -PLD y Fuerza del Pueblo- tienen la misma matriz y los mismos referentes históricos y simbólicos, además de que estarán compitiendo por la misma base electoral. Salvo algunas diferencias coyunturales que, precisamente, condujeron a la división, sus experiencias históricas y de gobierno, así como su propio lenguaje y la manera de hacer política, son muy similares.
La división y la debilidad de la oposición le plantea un gran reto para estar en condiciones de competir en los años por venir. Ya sea unidos o separados, estos partidos están llamados a repensar la política, entender los desafíos del presente -distintos a los del pasado-, renovar el discurso, abrir espacios a las nuevas generaciones y conectar con nuevos sectores sociales. Estos procesos suelen tomar tiempo, pero tomarán mucho más si no hay una comprensión clara de la coyuntura, de la recomposición política que se ha producido en el país y de la redefinición que se ha dado en cuanto a la relación de este sector político (PLD/Fuerza del Pueblo) con la sociedad dominicana.