Los últimos acontecimientos judiciales en mi país, mueven a reflexionar sobre progenitores ambiciosos, egoístas, que destruyen sus criaturas. El que engendremos y criemos los hijos no significa que sean objetos de nuestra propiedad, traen alma y corazón; tampoco significa que deben obedecer ciegamente, pues tienen cerebro; ni que como adultos, los manipulemos ¡Eso es crueldad! es abusar de ellos.
Son muchos los padres que en su afán de obtener riquezas, usan mecanismos inapropiados para escalar. Uno de ellos es ahogar los sentimientos y habilidades innatas de los hijos, si no encajan con su meta; no les importa que sean infelices; prefieren asesinarles sus sueños e ilusiones, en su afán de buscar poder y dinero.
Muchos jóvenes llegan a la mayoría de edad, confundidos por los métodos y valores esgrimidos por padres acomplejados, que a diario les enseñan la misma lección de buscar grandeza, los amenazan si no la aprenden y hasta les impiden, desarrollar sus reales habilidades y talentos, ¡les destruyen sus vidas! Debemos evitar que esos padres sean imitados.
Hay progenitores que creen que la escalera por la que suben nunca caerá, que tienen mecanismos para evitarlo, se olvidan de Dios. Es penoso que los hijos, temerosos, no saquen de su YO interior, la fuerza suficiente para decir “no mamá o no papá” y agarren con firmeza y coraje las riendas de sus vidas.
Cuando llegan las tragedias, producto de esas enseñanzas, la pena mayor no debe caer sobre los hijos, sino sobre quienes les dieron las enseñanzas, enterraron sus sueños, inyectaron veneno y obligaron a tomar armas mortíferas en sus manos, empujándolos a sepultar amor y alegría, solo por no encajar en la búsqueda de fortuna o para evitar compartirla. Ese tipo de madre o padre que asesina la felicidad de sus hijos debe recibir el máximo castigo de la justicia y la sociedad.
Naturalmente, el hijo debe ser sancionado, de manera tal que nunca olvide la lección y aprenda a fortalecer su débil personalidad; debe buscar de Dios para que lo ayude a vivir sin seres que amaba y que tuvo que destruir por complacer a quien no pensaba en su felicidad sino en aparentar ante la sociedad.
Una madre que ame sus hijos, no le da esas lecciones pero ante el hecho, debe reconocer sus errores ¡Declararse culpable!! Debería decir ¿Qué hago libre o con una pena menor que mi hijo si soy la culpable de destruir su vida, obligándolo a deshacerse de seres queridos? Esa actitud seria algo positivo en medio del fango, y le daría una merecida bofetada “a la justicia” por sus sentencias injustas. Oh, Dios!!.
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