A las 12:50 minutos de la tarde del Día de la Independencia, 27 de Febrero, al salir del augusto salón de la Asamblea Nacional donde el Presidente terminó su rendición de cuentas de 1 hora y 57 minutos apelando al apóstol Martí para referirse a la fuerza de la verdad y la gratitud, el vicepresidente ejecutivo de la Corporación de Electricidad, Celso Marranzini, le dijo a Noticiassin una mentira más grande que el lío de Egipto y Libia juntos.
Con desparpajo insólito expresó a la reportera Anibelca Rosario que en el país no hay apagones y que los sectores que carecen hoy de servicio de electricidad 24 horas, es porque son mala paga. En la víspera del cumpleaños de la fundación de la República le había visto en el programa de Nuria denunciando como mala pagas a las instituciones del mismo Estado para el cual él trabaja.
¡Válgame, Dios! No he visto manipulación más burda e innecesaria. Cuando le vi con rostro adusto y escuché su voz firme, pensé en que él se consideraba inteligente y a nosotros, los clientes, unos tarados sin cura posible. Quien conoce el avecé de de la propaganda, sabe que no hay mentira más grande que una media verdad.
Le faltó decir que una parte de los empresarios y de los habitantes de residenciales de lujo de este terruño han sido los principales ladrones de energía y responsables históricos de la quiebra de la empresa a través de mafias muy bien organizadas.
Y le faltó resaltar que no todos los pobres somos iguales.
Siempre he citado el caso de la urbanización Bello Campo, en Santo Domingo Este, donde vivo hace 17 años, porque su situación la reproducen los demás.
Allí el servicio es una desgracia: inestable, inesperado, poquito y todo lo malo imaginable; desastre reforzado por un pésimo apoyo de las compañías contratistas. Mas, todos los usuarios deben pagar caro y puntual, salvo que quiera una mora abusiva de 200 pesos o un arrancón de línea con todo y medidor.
Que algún lector-autor me cuente si en ese lugar o en su sector hay paz para planchar una camisa, batir una lechosa o por lo menos acariciar a las baterías del inversor.
Ede-Este y la CDEEE no recompensan sin embargo a las víctimas de tales desaciertos. Ningún alegato vale.
He sido una víctima más de las sinrazones de esa compañía estatal, pero, pese a tener derecho, no iré a bravear a sus oficinas para que no me linchen y después de muerto me quieran acusar de delincuente como le sucedió hace unos días a un joven fortachón que perdió la paciencia.
Quisiera recordar sin embargo que, a final del año pasado, un subión de voltaje provocado por sus técnicos (verificado mil veces por sus genios) dañó la mayoría de los enseres de la casa donde vivo: microonda, televisores, inversores, abanicos, bombillos… Hubo promesas de reponerlos en pocos días. Poco tiempo después, tras el enésimo reclamo, alguien solo respondió con ironía que el caso aparecía cerrado en la computadora. Pensé que un virus antipobre lo borraría.
Quiero imaginarme que Marranzini desconoce este abuso cometido contra un cliente que no se roba la electricidad y que cuando se atrasa, aunque sea por dos días, se la cortan sin apelación. Porque si él lo supiera, tendría yo que concluir en que su discurso público tan optimista está preñado de implícitos maquiavélicos que esconden un gran fracaso en la práctica. Y no deseo mal a nadie.
Solo él y su equipo podrían ayudar, con respuestas concretas, a cambiar la imagen de ladrona y abusadora que en el país tienen la CDEEE y sus Edes.
El sol nuestro, tan quemante durante el año, con su luz también ayuda a detectar la verdad ocultada. Esperemos.
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