Rafael Martínez Gallardo fue un radiodifusor visionario, aunque incomprendido y penosamente olvidado.
Hiératico, cuando no locuaz y cariñoso, había que descubrirlo cada día para empatar con él. En la empresa o a través del teléfono rojo era un terror. Pero fue constante en su terquedad por la calidad, la disciplina y el respeto por los oyentes de su emisora Radio Radio, valores que los públicos premiaron con una muy buena imagen.
Hasta que un día no pudo más ante la embestida de la “posmodernidad” que ya presentaba señales en los 1980. Aun siendo un icono, se la arrendó al emprendedor y solidario José Lluberes, en busca de un respiro económico que le permitiera retenerla en el corto plazo. Esfuerzo que sin embargo resultó infructuoso porque la realidad le ganó la carrera. Tuvo luego que venderla junto con Audio 94, su FM, que en la ocasión difundía música cultura francesa.
Se llevó de paro al romántico, un mundo plagado de turbulencias donde el pastel publicitario se repartía en muchos casos conforme un protocolo de chantajes y amiguismos; entraron a la categoría de radiodifusores otros actores –no tradicionales, superpoderosos y dispuestos a todo– conscientes del uso de los medios como instrumento de dominio y de defensa de intereses ilícitos; la competencia se medía por la modernidad de los aparatos, que eran –hoy son— los santuarios del éxito (tremenda falsedad), y los públicos no eran –hoy no son– tales, sino objetos o cosas que consumen aunque con espeso disfraz de “yo te quiero, yo te amo”.
Para Martínez Gallardo, era inexplicable la imponente “nueva ola” de mucho dinero, mucha tecnología y poco o ningún interés social… Y prefirió claudicar.
Su actitud no provenía solo de un discurso, sino de un hacer y una ética empresarial y social.
Radio Radio, 1,300 amplitud modulada, y Audio 94, FM, tenían muy bien definida su identidad. Aunque con poco dinero para operar, allí predominaba la emoción y la pasión por lo mejor. Ostentaban una de las mejores discotecas. Cada disco que llegara a la empresa era depurado conforme la calidad de letras, sonido y calidad interpretativa; de lo contrario, le esperaba el zafacón, sin apelación. En esa radio no cabía la payola (no todo era perfecto sin embargo).
Fortuitas no eran las visitas de Wilfrido Vargas, Fernardo Villalona y otros artistas famosos que buscaban boleros y canciones que pudiera adaptar.
La cabina debía permanecer limpia como un percal, so pena de un pleito con el dueño. Él decía que a los locutores había que respetarlos, para que ellos respetaran a los demás. No aceptaba que un locutor saliera del locutorio para abrirle la puerta a nadie; ni siquiera a él. Lo entendía como una desconsideración. Tampoco aceptaba jolgorios en la cabina. La puntualidad en los horarios era sagrada.
La programación obedecía a los gustos de los públicos; no a una rueda prepagada. Algunos ejemplos reconocidos y copiados por otras estaciones, sin el mínimo reconocimiento: Proscenio, con Jesús Rivera (un director profesional y honesto, ex maestro de ceremonias del presidente Jorge Blanco); La Historia de los Éxitos; Desfile de Éxitos, El Mundo de la Infancia; Sábado Viejo; Recuerdos del Club del Clan; La Salsa suena así; Tangos Inolvidables; Música con las Estrellas…
Un buen día, a mediados de los ochenta, Martínez Gallardo me contó que se sentía abrumado por el derrotero que tomaba la radio. Emigración de los públicos de hacia la FM, falta de apoyo para la AM, estimulación persistente a la chabacanería presentada maliciosamente como algo que le gusta al pueblo, lo obligarían a proponerme lo que entiendo como su último intento por salvar su empresa del alud de lo moderno, antes de venderla:
“Tony” –me dijo— “tenemos que inventar algo diferente; todo el mundo está en lo mismo. Quiero que iniciemos una radio hablada para ayudar a la gente a resolver los problemas. La gente tiene muchos problemas y se le escucha. Nada de politiquería, solo vamos a escucharle y tratar sus problemas, para que las autoridades escuchen. Lo haremos en bloques en la mañana, la tarde y la noche Nadie ha hecho eso hasta ahora”.
Así inició “Buenas noches, capital” (terminaba a las 12 de la noche), y luego hicimos algunos pinitos en las tardes. Vivíamos los años ochenta del siglo XX.
Nunca me ha gustado pelear por la paternidad de iniciativas similares porque muchas veces tales asignaciones dependen mucho de cuan desarrollada esté la viveza criolla. Empero, permítanme reivindicar este aporte de Rafael Martínez Gallardo, el dueño de “Radio Radio, La emisora de los éxitos”, la que desde la capital cada media hora decía en su identificación: “Visite Jarabacoa, la única región del país donde siempre hay primavera”. Era un homenaje a su zona.
Él es, para mí, el padre de la radio hablada sin estridencia, constructiva.
No sé por dónde anda, pero don Martínez Gallardo merece un homenaje por parte de programas capitalinos y provincianos derivados de aquel formato, aunque con otros matices. (tonypedernales@yahoo.com.ar)