Es importante reconocer la dedicación y el trabajo de las organizaciones políticas para obtener la aprobación de la sociedad con sus candidatos.
En cualquier competencia, todos desean cosechar los mejores resultados para crear un paradigma y ser una referencia.
No cuestiono la obsesión o fijación por un triunfo electoral contundente si la respuesta del electorado lo respalda.
Pero las preguntas obligadas son: ¿Cuál es la utilidad de una victoria electoral aplastante?
¿Se busca ganar con altas proporciones del voto por una cuestión de ego o para legitimar transformaciones y reformas por venir?¿Se persigue dominar el congreso para crear un poder contemplativo o para impulsar el desarrollo del país en favor de todos?
Estas preguntas surgen porque hemos tenido presidentes con altos niveles de aprobación que solo los han utilizado para su propio provecho político.
Lo ideal sería que un triunfo contundente e incuestionable sirva para devolver satisfacciones al electorado.
Aprovechar el control del congreso y los altos niveles de popularidad debería traducirse en reformas para el bienestar común.
¿De qué le sirvió a Iván Duque en Colombia una aprobación del 61% para terminar con solo el 18% sin logros significativos?
¿De qué le sirvió a Gabriel Boric en Chile la alta expectativa para caer rápidamente al 18% de aceptación?
Más que perseguir una alta aprobación inicial, los líderes deben trabajar para dejar un legado que los haga entrar por la puerta principal de la historia, no por el traspatio.
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