El país está en ascuas. Es necesario pisar fino para no quemarse los pies con una brasa ardiendo. Pero en el mundo de hoy lo real no existe sino como una abstracción que organiza muchas cosas a su alrededor. Leer lo que está pasando ahora mismo es introducirse en ese complejo entramado de informaciones, hechos, réplicas y contrarréplicas, retículas de poderes, tácticas y estrategias, etc. Todo solapado en gran medida en el complejo semiótico de la lucha por el poder.
Esa, sin embargo, es la apariencia. Danilo Medina enfrentado a Leonel Fernández ya no encarna la misma confrontación que se verificó en el 2008. El danilismo está muy lejos de aquellas dos lágrimas cansadas corriendo por el rostro de un Danilo Medina abatido diciendo: “Me derrotó el Estado”. Ambas facciones ya han probado “las mieles del poder”, y pertenecen a la misma estirpe. Una buena parte, pues, de lo que está ocurriendo ante nuestros ojos no necesita ser justificada. Se trata de la continuidad del modelo de dominación social implantado por el PLD en el país. Ese modelo tejió para el PLD una retícula de poder exitosa. Subordinó todo el tinglado institucional del país a los intereses del grupo dominante, legitimó la corrupción, enriqueció a la cúpula partidaria, originó acumulación originaria de capital que permitió crear grupos económicos pujantes, convirtió al Estado en fuente de financiamiento del partido, y se constituyó en garantía de los triunfos electorales.
No hay una tarea más agotadora que la de ser original alentando un proyecto reeleccionista, porque hemos tenido miles de farsantes agazapados detrás de todas las máscaras. El continuismo es la película trágica de nuestra identidad. Cuanto podamos esgrimir contra los argumentos de los reeleccionistas ha sido extraído de la más cruel experiencia de la historia nacional. Lo nuevo ahora es que el degüello se da hacia dentro del partido gobernante. Y el objetivo primordial de Danilo Medina y su grupo económico es terminar de darle la estocada mortal al liderazgo zarandeado de Leonel Fernández. Si Danilo Medina impone las primarias abiertas, con los fondos públicos le llenará las urnas a Leonel Fernández, porque pese al impedimento constitucional el grupo económico que lo sustenta lo inscribirá como precandidato en el partido. Leonel se juega su última carta, y no tiene ninguna otra alternativa que no sea pelear adentro. Por lo que Leonel Fernández quiere volver al poder es exactamente lo mismo por lo que Danilo Medina y su grupo quieren quedarse. Gonzalo Castillo, José Ramón Peralta, José Manuel González Cuadra, José del Castillo Saviñón, Carlos Amarante Baret, y muchos otros; pueden proclamar que la reelección es una “jornada patriótica”. Pero eso no es más que lo que Michel Foucault llamó “discurso-poder”, un recurso de legitimación que emplean todos los grupos dominantes. El escarceo de las primarias abiertas o cerradas es apenas el efecto de lo que verdaderamente está en juego. La sociedad no es más que un sistema de fuerzas y poderes, y por debajo de esas retóricas se esconde la mano férrea de la dominación.
Si Leonel Fernández es desconsiderado y sucumbe sin dignidad ante la embestida del oficialismo, habrá sellado su destino. Para el leonelismo esta etapa es de vida o muerte. El danilismo no tiene ninguna sucesión que le garantice al grupo económico que lo sustenta seguir disfrutando del poder. Su urgencia por lo tanto es expulsar a Leonel Fernández del escenario, e imponer la reelección. Sin la reelección el danilismo queda desguarnecido, se expone a muchas consecuencias. Al danilismo se le abrió desmesuradamente el apetito. Han saqueado el erario sin piedad. Reelegir a Danilo es la consolidación, la garantía de la impunidad; y el pago exhaustivo a sus militantes y rentistas que invirtieron en el proyecto. Y en esa línea, Leonel Fernández es un incordio a quien hay que barrer. Eso es, realmente, lo que está pasando.