El candidato presidencial argentino Javier Milei del partido La Libertad Avanza se convirtió en una figura verdaderamente disruptiva en el escenario político de Argentina. De todos los candidatos presidenciales él fue el único que generó interés y hasta fascinación más allá de las fronteras argentinas. Excéntrico y provocador, Milei fue la estrella -tal vez fugaz, tal vez duradera- del proceso electoral argentino cuya primera vuelta tuvo lugar el domingo 22 de octubre, en la que, contrariando los pronósticos de casi todas las encuestas, él no logró ser el candidato más votado entre los cinco que compitieron por la presidencia de Argentina.
¿Qué pudo haber pasado que las cosas salieron distintas a lo que las encuestas proyectaron y que fue asumido como válido tanto dentro como fuera de Argentina? Desde la distancia es muy difícil captar las circunstancias y los matices que pudieron incidir en la decisión del electorado, pero al menos hay un factor que seguro jugó un papel importante -si no decisivo- en el desinfle que se produjo en la candidatura de Milei, esto es, la paradoja de los extremos, lo que significa que lo que lo llevó a subir fue lo mismo que lo llevó a bajar.
Los contextos políticos son, por supuesto, particulares, por lo que siempre hay que tener cuidado con hacer generalizaciones que no aportan mucho en la compresión de procesos que tienen lugar en tiempos y lugares concretos diferentes a los demás. No obstante, esta paradoja de los extremos ya se ha visto en otros lugares, como ocurrió en las últimas elecciones generales en España en las que el partido ultraderechista Vox, que había logrado un ascenso notable galvanizando una buena parte del electorado con sus posiciones extremas, al final obtuvo un porcentaje de votos mucho menor de lo que se proyectó, lo que terminó impidiendo que una coalición de partidos de derecha pudiese formar gobierno en una coalición liderada por el Partido Popular.
En el caso argentino el tema determinante en el debate electoral fue, y seguirá siendo rumbo a la segunda vuelta electoral, la crisis económica que se expresa en déficits fiscales desbordados, devaluación, controles cambiarios contraproducentes, sobrendeudamiento, entre otros indicadores, que han causado un colapso de la confianza de los agentes económicos en las posibilidades de la economía argentina. En ese contexto, el candidato Milei encontró un terreno fértil para proponer una variedad de ideas bastante radicales, como reducir el gasto público en un 15%, suprimir múltiples instituciones estatales, eliminar la educación y la salud públicas, dolarizar la economía y eliminar el Banco Central, pero sin decir cómo hacerlo, legalizar el porte de armas, entre otras medidas. Para ello usó una simbología agresiva (una motosierra para cortarle las múltiples cabezas al Estado) que cautivó a amplios segmentos del electorado frustrados y desesperados por su situación económica. Sus excentricidades y sus posturas extremistas le dieron una enorme popularidad al punto que parecía que el electorado argentino le daría un cheque en blanco para que hiciera lo que tuviera que hacer para enfrentar los graves problemas económicos de ese país.
Al final su fórmula resultó ser autodestructiva. Llegado el momento, el electorado tuvo que haberse planteado si lo que proponía ese candidato era lo que realmente le convenía. El populismo de Milei, entendido como discurso político en el que él se presenta como el salvador frente a una casta política corrupta e incompetente y un Estado hipertrofiado (en eso puede que tenga algo de razón), pareció ser eficaz como tema de campaña, pero no tanto así para ganar las elecciones.
Irónicamente, el candidato que salió con mayor votación en la primera vuelta fue Sergio Massa, el último ministro de Economía del actual gobierno. Hay quienes han dicho que la inesperada votación que recibió (casi 37%) se debe a la base peronista del partido Unión por la Patria que lo postuló, pero también podría sostenerse que él supo jugar a la moderación y a la racionalidad como forma de proyectar capacidad gerencial y así generar confianza en una parte importante del electorado que poco tiempo antes no lo tenía como su primera opción. Por supuesto, otra cosa es si Massa, de ganar las elecciones, tendrá la visión y la voluntad para lidiar con los problemas de la economía argentina o si continuará por el mismo sendero del gobierno del que forma parte que ha tenido una gestión económica desastrosa.
Entre las primeras noticias que comenzaron a salir luego de la jornada electoral fue que Milei quiere moverse más al centro, es decir, moderar muchas de sus propuestas para hacerse atractivo a sectores del electorado que se le fueron en el último momento por el temor que él pudo haberles causado. Ya recibió el respaldo de la candidata Patricia Bullrich, postulada por la coalición de partidos Juntos por el Cambio de centroderecha, lo que podría dar lugar a pensar que eso le garantiza la victoria en la segunda vuelta pues entre ambos obtuvieron cerca del 54% de los votos. Sin embargo, ese respaldo de Bullrich a Milei más bien ha causado una crisis al interior de esa coalición política por el rechazo y la desconfianza que genera el extremismo de este último en algunos de sus integrantes.
En todo caso, un triunfo de Milei generará serios problemas de gobernabilidad en el sistema de gobierno argentino pues su partido apenas tendrá ocho de setenta y dos senadores y treinta y siete de doscientos cincuenta y siete diputados. Un presidente sin apoyo congresual es una fórmula infalible para la crisis y la ingobernabilidad. Podría decirse que un triunfo de Massa causaría un problema similar pues su partido tampoco obtuvo la mayoría en las cámaras legislativas, pero sí contará con una base congresual suficientemente sólida para formar mayoría con el respaldo de algún otro partido minoritario más afín con la identidad peronista de Massa. No obstante, por donde quiera que se vea, las posibilidades de tensión y conflictividad entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo son bien altas, lo que plantea serias dudas sobre si el nuevo gobierno, sin importar quien lo encabece, contará con el suficiente respaldo para enfrentar las dolorosas pero necesarias reformas que Argentina necesita para salir de la profunda y ya crónica crisis económica por la que atraviesa.