A Hugh Hefner nunca le dio con pretender que sus conejitas debían ser doctoras o filósofas ni filántropas o activistas sociales. Bastaba ser mujeres hermosas y jóvenes, de firmes atributos más que convicciones, para alcanzar su deseado lugar en la mansión Playboy o las páginas centrales de la revista, que aparte de hembrotas en cueros publicaba serios artículos sobre política y otros temas.
Lo recordé el domingo al ver los minutos finales de Miss Universo, en que la bella dominicana Andreína Martínez y una venezolana fueron dos de las tres finalistas.
El concurso de belleza (es lo que es) lo ganó una tejana, la menos linda y que peor respondió, pero por viejita y feíta ayuda a vender una falsa imagen como “organización progre y que empodera a mujeres”, más que certamen de deseabilidad femenina. ¿Qué opinará la progresía cortejada tras saber que la próxima sede será donde Nayib Bukele? ¡Qué fraude!
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