SANTO DOMINGO, República Dominicana.- La reestructuración del Servicio Exterior en nuestro país es algo que ha estado en carpeta desde la gestión del ex presidente Leonel Fernández en 2004, quien se comprometió desde su discurso de toma de posesión a realizar cambios. Pero los lazos y compromisos políticos siempre han cobrado más fuerza que cualquier buena intención por adecentar ese barril sin fondo.
Ahora 10 años más tarde, todavía estamos lidiando con el mismo problema: una nómina abultada con cientos de personas que no cumplen con sus funciones y en ocasiones ni conocen el país al que han sido designados, lo que representa una burla para un país pobre como el nuestro donde los trabajadores cada año luchan por aumentar el salario mínimo, mientras que en este sector se derrochan millones, en dólares para mantener a los amiguitos del partido. No es que no se favorezcan a los que trabajan en una campaña, pero mínimamente debemos exigir que tenga la debida preparación y competencia para el desempeño de sus funciones, trabajen y cumplan con sus deberes diplomáticos. Que quede claro hay muchos que cumplen, pero todos pagan los platos rotos a la hora de cuantificar los males.
Lo cierto es que en los últimos dos días, con una cumbre de diplomáticos de nuestro servicio exterior, se intenta, sin temor a equivocarme por primera vez, de poner coto a este desenfreno de falta de institucionalidad en ese sector tan importante del estado.
Al dirigirse a los participantes, el ministro de la presidencia Gustavo Montalvo, habló de la importancia de que el servicio exterior se guíe por metas claras, que den respuesta a dos necesidades esenciales de la diplomacia moderna.
Primero, garantizar los derechos de los dominicanos que viven en el exterior. Y segundo, promocionar el país como destino de inversiones, de turismo y como socio comercial, citando la necesidad de que el servicio exterior supere “la cultura de la improvisación”.
Sin duda la iniciativa es buena y se aplaude. Sin embargo, si no viene acompañada de acciones concretas que no respondan a favorecer a personas solo por su militancia política o por sus lazos familiares o de amistad con algún alto dirigente del partido, será como arar en el desierto, sin esperanza alguna de ver ni si quiera un espejismo que nos conduzca por el camino del adecentamiento real.