En otras ocasiones he abordado la seducción que provoca en personalidades públicas la “sociedad del like”, con unos niveles de irreflexión impresionantes en el marco de actuación, solamente en busca de aplausos, de minutos de gloria, que a veces llevan a la aberración.
Ejerzo más de veedor silente que de activista en las redes sociales, medito cada palabra, escribo varias veces, corrijo, someto mis textos a pruebas de estrés, no por miedo, sino por la precaución de no convertirme en una cancha abierta a la promoción de intereses espurios de una masa irredenta.
Es que hay gente sin ningún aporte positivo en la vida, con una estela de fracasos y que halló en las redes sociales el espacio de la reivindicación, construyendo una vida paralela que le ayude a sobrellevar su dura realidad. Los psicólogos cuentan hoy con grandes oportunidades de ampliar sus campos de investigación y hasta, probablemente, descubrir nuevos síndromes, así como trastornos de la personalidad, que emanan de la esfera digital.
En mi inevitable veeduría cotidiana de perfiles -para las mediciones de reputación y de riesgos asociados con la comunicación- hallo cosas sorprendentes: chantajistas muy activos que se dedican a cazar casos laborales en el Estado, sobre los que construyen un discurso de falsa solidaridad, con ribetes humanísticos de cartón.
En el fondo, su interés es la promoción de sí mismos, generar sonido, ser tomados en cuenta, quizás tratar de sepultar sus antecedentes opacos, moralmente cuestionados y validarse como portavoces de causas políticas.
El truco consiste en documentar mínimamente algunos hechos de su interés, emprender campañas de acoso con menciones a funcionarios públicos, montándose sobre la trampa política que es “la promesa del cambio” para despertar reacciones.
Han aprendido a pescar en las aguas revueltas de la ingenuidad y el populismo de terceros, una fórmula fatal en la asunción de responsabilidades públicas. Una vez más tengo que dar un consejo a quien pueda interesar: ciertas manifestaciones en redes sociales pueden servir de referencias para tomar decisiones en el Estado basadas en la razón, pero no deberían ser los remos que conduzcan la barca del gobierno hacia puertos que le son ajenos.