En este país uno no termina de ver cosas. Por ejemplo, nunca imaginamos que en el muy noble y cinco veces centenario Municipio de Santo Domingo de Guzmán, capital de la República Dominicana, tendríamos un invidente en una fórmula electoral para la Alcaldía, por lo cual es comprensible que nunca haya visto la basura desbordada, ni los cementerios vandalizados, ni las calles entaponadas, ni los barrios inundados, ni la oscuridad que aterra, ni la falta de rampas precisamente para invidentes, ni los mercados como pocilgas. (No se confundan: no me refiero a la pobre Francina Hungría, sino al otro).
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