Una reacción atribuida a un funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos, cuestiona la apertura de relaciones diplomáticas entre la República Popular China y la República Dominicana, planteando que “estos esfuerzos por alterar el status quo no contribuyen a la estabilidad regional”, pero el enfoque para nada está referido a una región descuidada por la política exterior norteamericana, desde hace décadas, que es la del Caribe, sino al estrecho de Taiwán, y lo aclara cuando agrega: “Washington tiene un profundo y duradero interés en la estabilidad en las relaciones a través del estrecho y cree que el diálogo entre las dos partes (China y Taiwán), ha permitido la paz”. Poco importan en esa visión el bienestar de nuestro país ni de la región caribeña, ni representan riesgos.
Otra reacción ha sido la del senador estadounidense Marco Rubio, que acusa alegremente a China de haber sobornado a la República Dominicana para la ruptura con Taiwán y dice que “El Congreso
de los Estados Unidos, debe hacer más para contrarrestar la influencia China en el hemisferio occidental”, empujada como nadie por los propios Estados Unidos en 1979, cuando el presidente Richard Nixon rompió con Taiwán e instauró relaciones diplomáticas con China, variando el panorama de diez años atrás cuando apenas 48 países tenían relaciones con China versus 71 con Taiwán. Después de tal empujón en panorama fue variando tanto que en la actualidad 175 países tienen relaciones con China versus 17 con Taiwán, la mayoría muy pequeños.
República Dominicana en el 2018 no ha establecido relaciones diplomáticas con una de las adversarias estadounidenses de la guerra fría, o con una potencia interesada en derribar el sistema capitalista, para sustituirlo por uno comunista, por el contrario, China es la principal aliada financiera de la cabeza del capitalismo mundial que es Estados Unidos, y todo lo que anda promoviendo con sus inversiones es desarrollo capitalista.
Estados Unidos es y seguirá siendo el primer socio comercial de la República Dominicana y la representación del modelo de vida aspiracional de los dominicanos, por el contrario, si hay mayor desarrollo económico en nuestro país hay mayor demanda de consumo de todo lo que nos haga parecer a los norteamericanos, lo que quiere decir que todas sus marcas serán las principales beneficiarias.
Si les interesa fortalecer esos vínculos indisolubles con nuestro país y la región tienen que formular una revisión crítica de su política hacia esta parte de América, porque hasta ahora, solo han intentado acompañarlas en sus iniciativas de progreso cuando se ha presentado algún acontecimiento que marque un peligro que busquen contener.
Hasta los sesentas del siglo XX el método para tratar de salvaguardar sus intereses en la región era el de las invasiones militares, pero después que se produjo la revolución cubana, en 1959, descubrieron una mejor forma de cuidar la vecindad, que fue la de la Alianza para el Progreso del presidente Kennedy, que se fue deshaciendo hasta que otro acontecimiento llamó a reforzar la guardia: la revolución sandinista, que tuvo como respuesta regional, el Plan Reagan para la Cuenca del Caribe, hasta ahora la de mejores resultados.
Cuando se acabaron las amenazas ideológicas y cayó el muro de Berlín vino la última iniciativa: el consenso de Washington llamado a lograr que cada uno se rascara con sus propias uñas sujetos a unas reglas en las que el comercio con Estados Unidos llevaba lo mejor.