Muchos aficionados alientan la esperanza de que David Ortíz se ponga el uniforme del Escogido y salga al terreno de juego para tener el privilegio de verle batear en el próximo campeonato invernal, a comenzar en los próximos días. Ya el “Big Papi “ha dicho que la edad y el cansancio no le permitirán formar parte del equipo dominicano al clásico mundial a celebrarse en la primavera del 2017, aunque todos sabemos que ese sería uno de sus grandes deseos. Y fue muy sincero cuando admitió el enorme esfuerzo físico que le costaba mantenerse en forma y poder salir a jugar cada día en las Grandes Ligas.
Ortíz es un ícono del deporte mundial, no sólo del béisbol profesional. El sentimiento que generó entre los seguidores de los Medias Rojas de Boston, equipo al que perteneció en los últimos catorce años, y en toda la afición beisbolera a nivel mundial, es incomparable. Su despedida como jugador activo no tiene precedentes y millones de fanáticos lloraron el día en que ocurrió el evento. En reconocimiento a sus innegables y valiosos aportes al béisbol se retiró el número de su uniforme y el equipo, agradecido, le donó un millón de dólares para su fundación. Ha sido un modelo como jugador, compañero de equipo y ciudadano, dedicado a tareas muy nobles de asistencia a niños con problemas. Cuando Boston fue víctima de un atentado terrorista, su enorme figura fue un símbolo de la ciudad. Un puente y una calle en la cuna de la aristocracia de Estados Unidos llevan su nombre.
Si grande fue su despedida formal más emocionante lo fue su último partido, en el que casi 40 mil espectadores permanecieron cantando su nombre por más de diez minutos para que saliera nuevamente al campo para verle por última vez. Ortíz es una leyenda. No debe salir a jugar otra vez porque de hacerlo dejaría de ser el mito que tanto el béisbol necesitaba. El “gracias Big Papi” que aún resuena en el Fenway es el homenaje final a una carrera gloriosa.