REDACCIÓN INTERNACIONAL.- Hay una nueva generación de niñas, aún con la mochila del colegio colgada en la espalda, que ve su futuro y sus sueños reflejados con la llegada al Tribunal Supremo por primera vez en la historia de una mujer afroamericana, la jueza Ketanji Brown Jackson, conocida popularmente como «KBJ».
Una de esas niñas es la afroamericana Bliss Lee, la melena rizada al viento, y que acudió este viernes con su madre, Yvonne, a una marcha frente al Tribunal Supremo de EE.UU. en Washington DC para celebrar la confirmación en el cargo de Jackson.
«Quería celebrar a la primera mujer afroamericana que llega al Tribunal Supremo. Honestamente, nunca en mi vida he visto a una afroamericana en el Supremo ni en nada que sea realmente especial», cuenta a Efe Bliss con una sonrisa, mientras sostiene un cartel con el rostro de Jackson.
Aunque solo tiene 9 años, Bliss sabe de sobra lo que es el racismo y qué hay que hacer para combatirlo: forma parte de un club de «jóvenes activistas» en su escuela y, cuando unos niños empezaron a insultar a otros por el color de su piel, ella lo «arregló» junto a otras amigas.
Hablaron con el director y con uno de los profesores, de manera que los niños fueron suspendidos temporalmente de la escuela.
La madre de Bliss no puede estar más orgullosa. Cree que a su hija le espera un gran futuro por delante, muy distinto a la vida que ella ha tenido.
«Ella -reflexiona Yvonne- no ha visto la discriminación y las cosas que yo he visto en mi vida y que no me han permitido llegar donde debería. Ella solo ve oportunidades. Y esa es su nueva realidad, sabe que podrá conseguir lo que quiera durante su vida y que no habrá barreras que puedan pararla».
Para explicar a su hija la importancia del momento, antes de acudir a la manifestación las dos se acercaron a la casa donde creció Yvonne en el barrio de Capitol Heights, en el estado de Maryland y a las afueras de la capital estadounidense.
Lo recuerda como un barrio «muy pobre», predominantemente afroamericano y totalmente separado de otra zona más rica, donde residía la población blanca.
Yvonne, que tiene 47 años, apenas puede contener la emoción por el nombramiento de Jackson. «Esto no habría pasado en la década de los 70 o de los 80», afirma.
Madre e hija, las dos con llamativas gafas de pasta, se pasean entre los manifestantes exuberantes y sin poder contener las ganas de bailar al ritmo de la música que retumba en unos altavoces.
Las acompañan unas doscientas personas, muchas mujeres afroamericanas y niñas como Bliss. Algunas se suben a los hombros de sus madres o padres para poder ver encima de la multitud.
Dos hermanas posan con sus chaquetas rojas enfrente de las cámaras mientras sostienen pancartas con el rostro de «KBJ»; mientras que otros pequeños aprovechan para jugar en la icónica escalinata del Supremo.
«¡Hoy es un día de celebración, hoy estamos de fiesta!», grita agarrada a un micrófono una mujer afroamericana, que se describe como líder comunitaria.
Una banda de música empieza a tocar. Uno de los integrantes golpea un tambor con fuerza y la mujer anuncia que la fiesta apenas acaba de empezar.