Cuando alguien a quien usted ayudó, orientó y lo colocó en sitiales envidiables deja de visitarlo, le escurre la mirada y jamás vuelve a hablar de usted. Debería preguntarse la razón por la cual hace eso.
No importa en la malaria en la cual se encontró, el estado de olvido en la cual lo colocó la sociedad. La casi inanición por la cual casi atravesaba. Nada de eso importa, lo que importa para esa persona es el presente, las nuevas amistades no desean recordar las primeras, el presente es sentirse que esta, que paso hace tiempo todos esos márgenes y hoy se encuentra en una posición de inmensa comodidad. No piensan que esas cosas no caben en la lujosa caja ni en la fría tumba en donde mal descansara su efímero cuerpo.
Es que usted, aunque no diga nada, le recuerda ese terrible pasado. Conozco de casos de artistas millonarios que daban penas en las calles con vicios, hedores, durmiendo donde le cogía la noche y cada vez que aparece el nombre suyo en su cabeza, desearía, de esas pequeñeces del ser humano, de que usted hubiera desaparecido de la vida. Pero Dios es más sabio que todos ellos y él es solamente quien decide cuando tu tiempo se acaba.
La miseria de hombres y mujeres es tan grande que sufren profundamente con el beneficio de otro, lo envidian, intentan perjudicarlo cueste lo que cueste y no descansan hasta ver su pie en el cuello ajeno. Pero “Lo que natura non da, Salamanca non presta”. Por lo menos ojala entiendan eso.
Las grandes tribus de América (Mayas, Aztecas, Incas) al momento de salir de las sombras de sus patriarcas tomaron en sus manos las raíces según su clan y las colgaron a su cuello para nunca olvidarse de sus ancestros, de sus recuerdos
En épocas de plenitud es triste y desolador acordarse de la pobreza, de la mano amiga y desinteresada que lo quitó de ella. Por eso es que no piensan… mejor borran.
Solo el hombre justo de corazón se acuerda de su pasado y recuerda con orgullo de que ciénaga salió.
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