Durante la campaña electoral de 2008 en Estados Unidos, aquella que vio emerger en el escenario nacional a ese talentoso joven político de Illinois llamado Barak Obama, hijo de padre africano negro y madre americana blanca, este impuso un lema al interior de su equipo político que le permitiera moderar el entusiasmo desbordante de la campaña electoral y mantener el sentido de balance y perspectiva ante los sorprendentes acontecimientos que desembocaron en la elección de este hombre de raza mixta y nombre raro como Presidente de ese país. El lema fue: ¡no drama!. Mientras en ciudades, campos, escuelas, universidades y comunidades de todo tipo alrededor del país se vivía una efervescencia inigualable, Obama quería mantener el auto-control y el sentido de proporción de las cosas para poder completar exitosamente su tarea de ganar la presidencia de Estados Unidos, como en efecto hizo no una, sino dos veces.
En Cuba, Obama recuperó ese viejo lema de su campaña al preferir presentar al pueblo cubano una narrativa política sin frases grandilocuentes ni tono altisonante, pero diciendo las cosas que tenía que decir e interpelando a los sujetos que tenía que interpelar para que su discurso pudiese tener eficacia, no solo en el momento presente, sino también como referente mirando hacia el futuro. Por supuesto, este enfoque no gustó a quienes, obsesionados con los hermanos Castro, hubieran preferido que Obama se hubiera encaramado en un muro cualquiera de la Plaza de la Revolución y proclamara quijotescamente a los cuatro vientos: ¡no más Revolución! Pero seguro que tampoco gustó a quienes, aferrados al modelo político y económico fracasado de la revolución cubana, les hubiera gustado que él no hiciera el llamado firme que hizo a favor de la democracia y los derechos individuales.
El discurso de Obama en el Gran Teatro de la Habana, con la presencia del presidente Raúl Castro y la alta dirigencia política cubana, fue la mayor y mejor manifestación del enfoque y el tono que el presidente estadounidense decidió adoptar en su interlocución con los gobernantes y el pueblo cubanos. Para empezar
dio muestra de humildad y respeto, como tenía que ser: “Es un extraordinario honor estar hoy aquí”, dijo Obama al comenzar su presentación. Esa frase marcó la cadencia de lo que vendría después. Y poco después agregó: “He venido aquí para enterrar el último resquicio de la Guerra Fría en el continente americano. He venido aquí para extender una mano de amistad al pueblo cubano”. Es una frase dirigida tanto a la clase política en Washington como a la dirigencia cubana, es decir, es un llamado a asumir una nueva era y superar prejuicios y posicionamientos irrelevantes en el mundo de hoy.
En su construcción discursiva, Obama sabía que tenía que ceder terreno a los cubanos en un aspecto de mucha importancia para ellos, para luego tener la calidad moral de decirle lo que pensaba decirles. Por eso señaló: “… muchas personas en ambos lados del debate se han preguntado: ¿por qué ahora? La respuesta es sencilla. Lo que estaba haciendo Estados Unidos no funcionaba. Debemos tener el valor de reconocer esa verdad. Una política de aislamiento diseñada para la Guerra Fría no tenía mucho sentido en el Siglo XXI”. Con esta declaración Obama asumió una necesaria auto-crítica respecto de una política incoherente de Estados Unidos, pues mientras mantenía su aislamiento frente a Cuba había establecido, desde años atrás, sus relaciones con Vietnam, donde fue derrotado militarmente y humillado moralmente. Obama aprovechó para decir en suelo cubano que había hecho un llamado al Congreso de Estados Unidos para que levante el embargo contra Cuba, lo que seguro causó emoción y satisfacción en Raúl Castro, quien lo seguía desde un balcón acompañado de la gran Alicia Alonso.
Habiendo sentado estas premisas, Obama pasó a decirle al gobierno y al pueblo cubanos, con claridad y elegancia, algo que pocos se han atrevido decirle: “No los puedo obligar a estar de acuerdo, pero deben saber lo que pienso”, dijo Obama para enseguida soltarles el misil político que Castro no quería que le lanzaran: “ Yo creo que los ciudadanos deberían ser libres de expresar sus ideas sin miedo de organizarse y de criticar a su gobierno y protestar pacíficamente, y que el estado de derecho no debería incluir detenciones aleatorias de las personas que hacen uso de esos derechos. Yo creo que cada persona debería tener la libertad de practicar de forma pacífica y pública. Y, sí, yo creo que los votantes deberían elegir
sus gobiernos en elecciones libres y democráticas. No todo el mundo está de acuerdo conmigo sobre eso. No todo el mundo está de acuerdo con el pueblo estadounidense sobre esto. Pero creo que estos derechos son universales. Creo que son los derechos del pueblo estadounidense, del pueblo cubano y de todo el mundo”.
En su discurso, Obama dejó claro también su parecer sobre cómo deben ocurrir los cambios. A diferencia de quienes piensan que Estados Unidos puede imponer un cambio de régimen, algo en lo que, por demás, fracasó durante más de cincuenta años, el presidente estadounidense interpeló al pueblo como el verdadero actor de los procesos políticos. Señaló lo siguiente: “He dejado claro que Estados Unidos no tiene la intención ni la capacidad de imponer cambios en Cuba. Lo que cambie dependerá del pueblo cubano. No vamos a imponer nuestro sistema político ni económico. Reconocemos que cada país, cada pueblo, debe trazar su propio camino, y darle forma a su propio modelo”. Este pasaje seguro que decepcionó a quienes esperaban que Obama adoptara una pose grandilocuente a lo Ronald Reagan cuando llamó a Mijaíl Gorbachov a derribar el muro de Berlín, el cual, dicho sea de paso, fue derribado por el propio pueblo de Alemania oriental. Otros, especialmente la dirigencia cubana, seguro que pensaron que con este mensaje Obama estaba validando el modelo de la revolución; nada más lejos de la realidad. Lo que hizo Obama fue invitar al pueblo cubano a tomar las riendas de su destino, no esperar que los cambios sean un regalo del Tío Sam o de la benevolencia de los líderes de la revolución.
Su final fue sumamente revelador. Quienes escucharon el discurso habrán notado que en sus últimas líneas bajó el tono en lugar de elevarlo como suelen hacer los políticos cuando terminan sus alocuciones, como muestra de la seriedad de la ocasión. Recurrió a su viejo slogan “Sí se puede”, pero lo hizo solo en español al momento de decir que renovaba su esperanza y su confianza “en lo que hará el pueblo cubano”. Fascinante discurso; fascinante manera de empezar un nuevo capítulo en la relación entre Estados Unidos y Cuba.
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