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Padre Fernando critica a quienes se aprovechan de la emergencia para ganar dinero

El párroco expuso dichas críticas durante El Sermón de las Siete Palabras, que como cada año expone la realidad económica, social, cultural, política y religiosa del país según la visión de la Iglesia Católica.

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SANTO DOMINGO.- El  reverendo fray José Hernando, “padre Pepe”, observó que la pandemia que sufre hoy el mundo ha destapado con crudeza la desigualdad que rige en la sociedad actual.

«Codiciosos de ganancias, aprovechamos cualquier situación, aunque sea de emergencia, para ganar dinero, nosotros o nuestro grupo», criticó  el sacerdote, durante la ceremonia celebrada en la Catedral de Santo Domingo y que este año se transmite por redes de radio, televisión y redes sociales ante las medidas de distanciamiento social impuestas por el Gobierno por el coronavirus.

El párroco expuso dichas críticas durante El Sermón de las Siete Palabras, que como cada año expone la realidad económica, social, cultural, política y religiosa del país según la visión de la Iglesia Católica.

 

A continuación 1ra. Palabra: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen¨

Después de una Cuaresma inesperada, (Cuaresma en cuarentena), estamos celebrando el Viernes Santo, y la Iglesia, como siempre, acompaña a Jesús, que sube al calvario, y crucificado, ofrece su vida por nuestra salvación. Hacemos hoy, Viernes Santo, memoria de su muerte en la cruz, pero sabiendo que el final no es la muerte, sino la resurrección y la vida.

Podemos imaginar que, desde la cruz, Jesús mira a sus acompañantes, a las mujeres que han estado a su lado, a los militares romanos que cumplen órdenes, tal vez a algunos discípulos, al pueblo en general que han ido a contemplar la ejecución.

Y podemos imaginar también que desde la cruz nos contempla hoy a nosotros, temerosos, desorientados y desprotegidos, mirando el futuro con angustia y sin saber qué hacer. Nos encontramos, como decía el Papa hace unas semanas, asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”.

Durante esta Cuaresma hemos acompañado a Jesús, este año de forma nueva y creativa, en su subida a Jerusalén. Y hoy, desde la cruz, Jesús mira a su alrededor y mira también al cielo… y su primera palabra es, no podía ser de otra manera, de perdón: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. Aquel que había pasado toda su vida y de forma especial sus últimos años hablando y ejerciendo la misericordia y el amor de Dios, asume la muerte sin renunciar a lo que ha predicado en su vida, o mejor, recibe la muerte precisamente por no renunciar a lo que ha predicado y vivido antes.

Desde la cruz, tal vez recuerda sus tres años de intensa actividad predicando el Reino, anunciando la cercanía y las preferencias de Dios, curando a los enfermos, reinsertando en la sociedad a los marginados, rechazando divisiones y echando por tierra prejuicios sociales y religiosos, repitiendo con palabras y hechos que Dios nos ama, que es nuestro padre, que nos quiere hermanos y que nos ha creado iguales.

Clavado en la cruz nos invita hoy a reflexionar sobre qué hemos hecho con su legado, qué hemos hecho de su herencia… y por sus palabras, “Padre perdónalos…” tenemos que concluir que no hemos hecho todo lo que él espera de nosotros.

¿Por qué le pide perdón al Padre por nosotros, qué pecados cometemos que necesitan perdón?

Aquellas personas que estuvieron presentes físicamente en el Calvario no fueron capaces de reconocerle y aceptarle como el Hijo amado de Dios, su Mesías Salvador. Tampoco nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, sabemos reconocerle ni aceptarle como es, aunque nos llamemos cristianos. Tampoco nosotros somos capaces de dar la cara por él todos los días, y en todas las circunstancias de nuestra vida. Tampoco nosotros nos identificamos plenamente con sus enseñanzas de amor, de perdón, de humildad, de servicio, de verdad, de libertad, de justicia y de paz. Muchas veces, más de las que creemos, vivimos como verdaderos paganos, e hipócritamente tratamos de hacer compatible su Evangelio con la sociedad de consumo, materialista y atea, de la cual somos parte. Una sociedad que es injusta y egoísta. Una sociedad que margina, que excluye, que discrimina. Una sociedad en la que los pobres, los minusválidos, los ancianos, los que tienen poca educación, los que no tienen una apariencia bella, los que son diferentes en cualquier aspecto, tiene muy poco o nada que hacer y que decir. Una sociedad que sacrifica el ser por el tener, la bondad por la apariencia, el saber por la eficiencia.

Hace bien Jesús en pedir a Dios el perdón para nosotros. Padre, perdónalos… Padre, perdónanos…

Jesús nos recordaba con su vida y su actuación que somos la única criatura a la que Dios ha amado por sí misma (GS24,3) y que estamos llamados a participar, por conocimiento y por amor, en la vida del mismo Dios. Y que para eso hemos sido creados y que esta es la razón fundamental de nuestra dignidad (CIC356).

Por tanto, creados a imagen y semejanza de Dios, el rostro de todo hombre ante su Creador es, también, el fundamento de la dignidad de las personas ante las demás personas y el móvil para la radical fraternidad entre todos, independientemente de la raza, nación, sexo, origen, cultura y clase (Doctrina Social de la Iglesia, 144). La misma Encarnación del Hijo de Dios manifiesta la igualdad de todas las personas en cuanto a su dignidad: «Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos ustedes son uno en Jesús». (Ga 3, 28; Rm 10, 12).

Para los creyentes, la dignidad de la persona tiene su raíz y razón de ser en la palabra de Dios, manifestada en la creación y revelada en la historia de la salvación y de modo definitivo, en la palabra hecha vida; Jesucristo, que nos ha revelado el verdadero rostro de Dios y del ser humano. La raíz última de la dignidad de la persona está en el hecho de haber sido creada a imagen y semejanza de Dios y haber sido redimida por Jesús que nos hace a todos hermanos e hijos del mismo Padre. El ser humano fue puesto por Dios por encima de todo lo creado y recibió de Dios el encargo de dominar y cuidar la naturaleza, poniéndola al servicio de todos.

¿Están nuestras vidas y nuestras acciones cotidianas orientadas en este sentido? Cada uno puede responder personalmente, pero mucho me temo que no. Y desgraciadamente esta situación no es nueva. Hace cinco siglos, en este mismo lugar, en el contexto de todos conocido, un fraile levantó su voz exigiendo el culto y la gloria de Dios en el respeto a la vida y a la dignidad humana.

Estos ¿no son hombres… no tienen animas racionales, es decir, no tienen razón y alma, no tienen dignidad?

Nuestros obispos, en 2011, quinientos años después del sermón de Montesino, hicieron una magnífica relectura de dicho sermón, actualizándolo y reconstruyéndolo para el momento actual. Les invito a recuperarlo hoy.

Hoy en este Viernes Santo 2020, pedimos al Cristo Crucificado que pida perdón a Dios por nosotros reconociendo que necesitamos el perdón:

 

  1. Por los que discriminan y marginan a hombres y mujeres por su condición, sexo, color, nacionalidad, enfermedad, decimos, Padre, perdónalos….

 

Pero ¿estamos seguros de que nuestro accionar diario no lleva una alta carga de estos ingredientes? Por tantas ocasiones que nosotros somos portadores y causantes de la discriminación y la marginación, Padre, perdónanos….

  1. Pobreza: Hablamos de falta de trabajo digno y trabajo informal, desempleo, ausencia de servicios básicos, barrios marginales, viviendas precarias, hacinamiento, falta de oportunidades… Echamos la culpa al capitalismo salvaje y a la globalización. Y la tienen. Padre perdónalos…

Pero ¿hacemos todo lo posible en nuestros hogares y pequeños negocios para que vaya disminuyendo la pobreza de quienes trabajan para nosotros y con nosotros o los explotamos de manera sistemática, inmisericorde y disimulada? Padre, perdónanos..

3.- Violencia/inseguridad/Delincuencia

Es otro de los indicadores de cómo marcha el respeto a la dignidad y los derechos… Es, o era hace unos meses, una de las preocupaciones fundamentales de los dominicanos. Hay factores estructurales que provocan esta situación de violencia, inseguridad y delincuencia… Pero detrás de las estructuras hay personas manteniéndolas y afianzándolas… Padre perdónalos…

Pero, no podemos ignorar la violencia que nos toca más de cerca, la violencia intrafamiliar,-tantas mujeres asesinadas-, la violencia al interior de nuestros trabajos y relaciones sociales, violencia que se traduce en palabras, gestos y actitudes hacia los más cercanos. Porque no somos pacíficos, sino violentos, Padre perdónanos…

4. -Corrupción/clientelismo

Una tradición vieja que se hace nueva cada día y de forma especial en momentos de emergencia.

Codiciosos de ganancias, aprovechamos cualquier situación, aunque sea de emergencia, para ganar dinero, nosotros o nuestro grupo, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante los consejos y sugerencias, no nos hemos despertado ante las injusticias de nuestra sociedad, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Padre, perdónalos… Padre, perdónanos…

5.- La tierra y el planeta

La contaminación de aire, tierra, agua, por basura, desechos tóxicos, emanación de gases , la ‘cultura del descarte’, que excluye personas y convierte a las cosas en basura, calentamiento global y sus efectos, desigual acceso al agua potable; la destrucción y desaparición de especies animales y vegetales… Padre perdónalos, Padre, perdónanos

  1. La política. El uso excesivo del poder y del manejo público, cuando la política ha de ser la animación interior hacia la justicia, que conlleva un comportamiento ético y espiritual cuyo resultado es gobernar en función de la igualdad, del respeto a los derechos de todos y del crecimiento económico y el desarrollo orientados sobre todo a los más vulnerables de la sociedad… Padre perdónalos… Padre, perdónanos.

CONCLUSIÓN:

Jesucristo revela a Dios como Padre de la misericordia y esto nos permite verlo especialmente cercano a nosotros, sobre todo cuando necesitamos el perdón, o cuando sufrimos o estamos amenazados en el núcleo mismo de nuestra existencia y nuestra dignidad, como nos sucede en estos días. La situación que vivimos es un auténtico vía crucis para nuestra sociedad y en este vía crucis hemos sido humillados y cargados con una pesada cruz. Ha caído nuestro orgullo occidental de ser omnipotentes protagonistas del mundo moderno, señores de la ciencia y del progreso. En plena cuarentena doméstica y sin poder salir a la calle, comenzamos a valorar la realidad de la vida familiar. Nos sentimos más interdependientes, todos dependemos de todos, todos somos vulnerables, necesitamos unos de otros, estamos interconectados globalmente, para el bien y el mal.

La pandemia que sufrimos ha destapado con crudeza el viejo sistema de desigualdad que rige nuestro mundo. Un sistema que ha terminado fallando. Aunque esta misma situación nos da la oportunidad de reorganizarnos de cara al futuro y ver qué priorizar, dónde tenemos que enfocar la atención, cómo arreglar nuestras vulnerabilidades… Algunos pensadores señalan que esta crisis es una especie de “cuaresma secular” que nos concentra en los valores esenciales, como la vida, el amor y la solidaridad, y nos obliga a relativizar muchas cosas que hasta ahora creíamos indispensables e intocables.

Hoy, en esta situación, los creyentes, guiados por un vivo sentido de fe, nos dirigimos, casi espontáneamente, a la misericordia de Dios.

La cruz de Cristo que hoy adoraremos es, en cierto sentido, la última palabra de la misión y del mensaje. Pero Dios nos dice que no, que la última palabra la tiene Él, y su última palabra es LA VIDA, porque Él es fiel a su amor y su Hijo no ha venido al mundo para condenar ni para matar, sino para salvar y que vivamos plenamente.

Esa vida que Él nos promete, amenazada hoy por la enfermedad y por el miedo y por todas las circunstancias negativas y pecaminosas de las que nos hemos rodeado y en las que participamos, esa vida es la que tenemos que rescatar, a la que tenemos que aspirar.

Creer en el Hijo crucificado significa «ver al Padre», significa creer que el amor está presente en el mundo y que este amor es más fuerte que toda clase de mal, en que el hombre, la humanidad, el mundo están metidos. Creer en ese amor significa creer en la misericordia y en el perdón.

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