Esta semana se cumplirán diez meses del recorrido de una noticia trágica que sobrecogió el alma nacional: Había sido asesinado en una etapa ascendente de su carrera política, en un momento muy feliz y estable de su vida familiar, y de continuación prospera de sus empresas, el alcalde Juan de los Santos, en ruta de reelección con los más altos niveles de popularidad y con juventud y deseo de vida para continuar creciendo en todos los órdenes.
El país lo lloró y despidió como suele hacerlo con sus figuras más queridas, y el dolor fue la confluencia común de millares de personas; Y en expresión de distintas penas y tristezas, estaban la de un país que perdía a una persona joven y muy querida, la de un municipio que perdía a su alcalde y político de mayor valoración, la de un partido que enterraba una de sus promesas.
Y en medio de todo el duelo, los dolores para los que era difícil hallar palabra de consuelo: el de los hijos que lloraban al padre, la esposa que perdía el amor de su vida, los hermanos inseparables que se quedaban sin el centro de sus vidas, los sobrinos, toda la familia, y los amigos que con el paso del tiempo habíamos tejido relación de hermandad con el ser tan apreciado que se nos había apagado en un abrir y cerrar de ojos.
Después de ese fatídico día he permanecido junto a todos, consolándolos y consolándome, pero por la condición masculina me resultó más factible ensanchar los vínculos con Richard de los Santos, que desde el día que dejamos a su hermano Juan en Puerta del Cielo en compañía de su madre, doña Consuelo, me hizo pasar por su casa para hablarme de sus planes inmediatos para con la familia a la que se proponía mantener unida, afrontando el futuro.
Con Juan de los Santos se había ido parte de Richard, no concebía nada sin que su ídolo, hermano y padre estuviera al tanto, y aunque trató de mostrar la fortaleza y la serenidad que le imponían las nuevas circunstancias, jamás su vida sería la misma.
Dos obsesiones les acompañaban desde entonces, la de nunca en la vida fallarle a un hijo de su hermano Juan y la de mantener el Consorcio a flote como un legado de lo sembrado por su hermano junto a ellos, para legarlos a sus hijos.
Se dedicó a trabajar con el esmero de siempre pero ahora con mayor peso de responsabilidad, pero también quería vivir y buscar sentidos distintos a la vida, disfrutar más de la familia y de los amigos, y más que cúmulo de cosas materiales quería agregar momentos memorables a la vida.
Nunca le interesó la participación directa en la política, pero tenía y ejercía compromisos solidarios con personas que mantuvieron una relación muy cercana con su hermano y no quiso que fuera diferente con su ausencia.
Andaba satisfecho con la marcha de la familia y los negocios y lleno de planes e ilusiones, pero el hombre propone y Dios dispone.
En el momento menos esperado recibimos la noticia de que te encontrabas hospitalizado en una condición muy critica en cuidados intensivos, pero nos aferramos a la esperanza de que superarías
ese percance, pero para el inmenso dolor de todos, no fue así, y pocas horas después llega la fatídica noticia de tu fallecimiento.
En estos momentos en que toca dejarte también a ti en compañía de tu madre y de tu hermano, Juan de los Santos, me toca decirte que he conocido poca gente de tu honradez y calidad humana.
Que tu esposa, Solange Blandino (tu amada Sol) tus hijos, tu hermana Ana y tus sobrinos, podrán pregonar siempre con orgullo el haber contado con el privilegio de ser parte de ti y compartir tu misma sangre y apellido.
Que Juan de los Santos donde quiera que esté experimenta el agradecimiento y la satisfacción de que la vida le haya regalado dos hermanos como tú y Ana María.
Que tu alegría permanecerá como recuerdo imperecedero de todos los que tuvimos el privilegio de compartirla, ¡descansa en paz hermano del alma!
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