Una de las más curiosas reacciones de los lectores es asumir que quienes opinamos en los diarios poseemos opiniones inmutables.
En algunas cosas sí, como ser liceísta, creer en el imperio de la ley y el debido proceso, apoyar la lucha contra la corrupción y la impunidad, defender las libertades públicas, y por ahí sigue la cosa. Pero no en otras, como ser pertinaz en las críticas contra algún político o funcionario, obstinarse con algún punto de vista cerrándose a conocer nuevas perspectivas o contextos, o rendirse ante realidades que modifican percepciones anteriores.
Por ejemplo, tengo lectores que se enfurruñan si opino favorablemente sobre alguna acción gubernamental o si creo que, pese a cierto “lawfare” evidente, muchos imputados por los casos mariscosos lucen muy comprometidos en su responsabilidad penal. Quizás por eso prefiero siempre juzgar cada cosa por su propia circunstancia, con fidelidad a mi consciencia y mi lealtad a los lectores.
(Iba a escribir que me parece muy bien que el presidente vuele en avión privado y miren qué salió… ¡Uff!).