Usar apodos en vez del nombre es común dizque para evitar mal de ojo. Al padre putativo de Jesús, san José, en sus estampitas tras inventarse la imprenta, le ponían P. P. y dicen que, por eso, los José son Pepe. Quizás a Balaguer por Joaquincito se le quedó Ito y como único varón en su casa, pasó a Elito.
A un presidente epiléptico con dificultad al discursear o coordinar gestos, le decían cruelmente “limpiavidrios”, que no es apodo sino mote. A Bosch, “Ovejo” o profesor; a Peña Gómez, “Moreno”; a Guzmán, “Mano’e Piedra”.
Luis va suave porque Abinader lo reducen a Abi, que puede ser cariñoso como “habibi” en árabe. Quizás fueron inicialmente apócopes. A Buenaventura le decían Ventura; después “Pan Sobao”, porque era muy querido, pese a su mala prensa. A Tomás Bobadilla, por impredecible, le llamaban “Pandora”.
Hay personajes actuales menos afortunados, como la fiscal Berenice Rodríguez, quien, tras nombrar diversos casos con nombres como Pulpo, Coral y Medusa, la han llamado “Sirenota”. Antes era “Pocahontas”. Papá, Fiera, Bizco, Penco, Cacú… ¡Cuantos motes!