Las bandas de ladrones-asesinos y los femicidios son dos empresas con factores comunes: su carácter epidémico, la ruidosa puesta en boga desde los medios, la gran preocupación provocada en la población y los discursos sofisticados que han colocado las soluciones en el piso de las utopías.
Y “así no hay toro que llegue a buey”, como alerta el adagio.
Sentémonos a esperar porque por ese camino llegaremos a nada. Para no afirmar que con esa actitud agravamos tan complejos problemas sociales. O que tales poses solo sirven para alimentar el show de morbo que montan con fines pecuniarios figureros y figureras del patio.
No detesto las teorías, ni pretendo de “comunicosaurio” o todólogo. Ni modo. Pero como ha advertido Juan Manuel Castillo, “nada es tan práctico como una teoría”. Y, como había sentenciado antes Chateaubriand, “las mejores leyes son inútiles, cuando son mal ejecutadas… Y cuando lo son mal… resultan peligrosas”. Y yo sostengo: “Nada es tan gran grave como la indiferencia social y el oportunismo”.
Aquí amanecemos cada día discurseando en traje de noche mientras la realidad, siempre testaruda, nos da en el rostro. Nos interpela. Y nos exhorta: ¡Pónganse en contexto, señoras y señores; sean más prácticos!
Hace un par de semanas tuve otra experiencia desagradable, de esas que ya casi son rutina en la cotidianidad de nuestra gente: En Tenares, dos jovencitos escalaron la vivienda donde viven mi hijo, mi hija y su madre. Mientras cometían su delito, ellos detectaron unas cámaras de seguridad de un vecino y de inmediato, como acto mágico, se quitaron las camisetas, se cubrieron sus rostros y huyeron. Pero ya era tarde porque sus caras de niños buenos estaban grabadas. Eran las siete de la noche; el sol aún retozaba con la oscuridad de ese domingo.
Desde que los policías y algunos civiles vieron las imágenes, identificaron a los delincuentes. Uno –no podían creerlo— les había parecido un santo, hijo de un hombre trabajador del pueblo; el otro, aún cojo a causa de un tiro que le dieron en Bonao durante un atraco, lo conocen como bandolero de tomo y lomo, pese a sus pocos años de vida y ser hijo de una mujer profesional a quien le suponen seriedad.
Muchos saben, incluidos policías, que ellos integran una banda que opera a la libre en la región, y no anda rezando el Padre Nuestro ni cantando el himno nacional.
Tal organización, como las demás, es un sistema cuyo modus operandi es común a las tantas pandillas que aterrorizan a la población. Tiene alcance regional o nacional o tal vez global, con sus pensadores y gerentes en proceso de actualización permanente para lograr calidad total en sus tramas malévolas. Muchos ciudadanos y ciudadanas conocen a sus miembros, pero se hacen “los chivos locos” porque o reciben peajes de los rufianes o sencillamente creen que con el silencio se garantizan seguridad. La justicia, entretanto, requiere acusación formal del afectado, aunque posee evidencias del delito. Sin acusación –dice— quedan libres “porque nuestro sistema es acusatorio”.
Y ese es el gran problema. La solidaridad está en crisis. La indiferencia social se impone y nos convierte en presos domiciliarios de los malhechores, cuando no nos matan. Urbanizaciones, residenciales y barrios tienen más hierros en las ventanas y verjas más altas que cualquier cárcel. Construir apartamentos y anunciar que están dotados de esas barreras; intercom con cámaras integradas y “cuchumil” dispositivos de seguridad más, representan un plus que encarece el inmueble pero que en modo alguno calma el estrés provocado por la astucia de los malandrines, pues ellos conocen más que nadie las trampas de la ley. Sí agrega una sensación de prisionero en una solitaria calurosa y húmeda. Se busca el blindaje hasta para caminar por la ciudad; las calles son de los delincuentes.
En cuanto a los femicidios, pasa otro tanto. Muchos discursos bonitos y hasta negocios con tal desgracia. Pero pocas acciones, y aisladas, al margen de políticas públicas aplatanadas porque, si bien matar mujeres de manera intencional apunta a una pandemia, aquí es diferente el amargo.
En este momento el can es contar asesinatos de mujeres por parte de sus maridos. Y, con visión tubular, atribuir los crímenes a esos “hombres machistas e inseguros que se sienten derrotados ante el avance galopante de las damas en esta sociedad resistida a dejar de ser patriarcal”. Todo se agota en teorizar la masculinidad del hombre, ponerla en cuestión; mientras, vamos de mal para peor. Cada vez más mujeres muertas por parte de sus esposos, quienes se llevan de paso a sus hijos e hijas y terminan suicidándose.
La dimensión del problema es sencillamente catastrófica para la sociedad, amén de que sus causas sean antropológicas, sociológicas, psicológicas, filosóficas, biológicas, físicas, matemáticas, estadísticas, gramaticales, legales, económicas, culturales, políticas o “leonelísticas” (responsabilidad del Presidente).
Solo creo que es un problema de salud pública y, por tanto, debería manejarse bajo la sombrilla de políticas públicas. Sin acciones aisladas. Sin negocios particulares sobre la base de la desgracia ajena. Sin ruidos. Sin odios. Sin homofobia. Sin insultos. Sin humillaciones. Sin abuso de poder. Sin agitación. Sin utilizar la situación para promover implícitamente, por resentimiento personal, un tercer sexo en personas bien definidas pero vulnerables por algunas crisis familiares. Eso no resuelve, mejor agrava.
Urge un aterrizaje en suelo dominicano. Los métodos importados no funcionan. Menos los discursos de salón, en el fondo llenos de malicia y complejos psicológicos.
Para comenzar propongo que hablemos de seres humanos, en vez de hombres asesinos y pobres mujeres e infelices hijos e hijas. ¿Por qué hablar de asesinos y víctimas si son seres humanos y al final todos y todas somos víctimas?
Y sugiero una revisión inmediata de la ley sobre violencia intrafamiliar. Eso de las querellas por maltrato o supuesto maltrato; apresamiento de maridos; órdenes de alejamiento, casas de acogida y ahora el discurso hermoso sobre el brazalete electrónico, enarbolado por el Procurador, eso no funciona, por lo menos en este momento y con ese el estilo de ejecución impuesto. Percibo, en cambio, que solo echan más leña al fuego. ¿Por qué ahora el hombre no solo elimina a su pareja, sino que se lleva de paro a sus hijos, hijas, hermanas, primos, amiga, cualquiera que esté presente, y luego se suicida? ¿Influyen en esa nueva actitud los discursos de insultos y subestimación aireados por los medios de comunicación? ¿Cómo afectan en la conducta de estos agresores las incontables historias de encarcelamientos injustos hombres cuyas esposas o novias se querellan solo por celos o por sobreprotección de juezas o fiscales prejuiciadas?
Cierto que los hombres necesitan desaprender para aprender conforme los requerimientos de hoy. Un proceso largo y tedioso de carácter cultural que muchos y muchas quieren sin embargo desconocer por miedo a diagnosticar el origen. Se aprende desde la casa, la escuela, la universidad los medios de comunicación, la calle. Se aprende con modelos, no con discursillos. Cuando una mujer repite las mismas prácticas consideradas perniciosas en los hombres, solo porque se siente “libre e independiente”, reproduce y afianza un problema tan grave como el que sufrimos.
Si creen que esto no sucede, perdonen este atrevimiento tan largo.
Recibe las últimas noticias en tu casilla de email