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Pepe Mujica y la libertad que debemos defender

Enfoque

Cuarenta años después del fin de la dictadura en Uruguay, su mensaje sigue vigente. No solo para los regímenes autoritarios, sino para esas democracias que, en nombre de la libertad, van cercenando —sin darse cuenta— el derecho a discrepar.

Benjamín Morales M.
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Soy fanático de Pepe Mujica. Mucho. Me parece la figura más honesta en este asqueroso mundo político que vivimos.

Es evidente que Uruguay nos regaló tremendo personaje, el cual esta semana dijo otra de esas verdades que, en medio del ruido ensordecedor de nuestras democracias cansadas, resuena como un campanazo.

José Mujica, ese viejo sabio de manos callosas y sonrisa franca, volvió a clavar el dedo en la llaga, al decir: «Donde no hay cultivo de la discrepancia, no existe libertad». Y uno, al leerlo, no puede evitar mirar alrededor y preguntarse: ¿en qué momento convertimos el disenso en un delito?

No habla Mujica desde la teoría, sino desde la trinchera de quien vivió entre rejas por sus ideas. Sabe que la libertad no es un decorado de escaparate, sino el oxígeno de la convivencia. Pero hoy, incluso en democracias que se precian de abiertas, asistimos a un extraño fenómeno: la ´tiranía de lo políticamente correcto´. Se toleran todas las opiniones, siempre que no rasguen el discurso hegemónico o no se salgan del discurso estipulado. Se celebra la diversidad, pero solo si cabe en el molde de lo aceptable por cada grupo de interés.

El expresidente uruguayo lo dijo sin ambages: «Libertad es tener la posibilidad de discrepar». Pero, ¿cuántos hoy se atreven a disentir realmente?

Las redes sociales, ese tribunal virtual donde las palabras se convierten en balas, han creado una cultura del linchamiento a quien difiere de la mayoría. No importa el argumento; importa el bando escogido. Y así, el debate se reduce a gritos, a etiquetas, a la caricatura del otro, con violencia y, peor que todo, con anonimato. «Que no se dejen llevar por gritos y por campañas de propaganda», advierte Mujica. Pero el ruido es tanto que ya no oímos ni nuestras propias ideas, que somos incapaces de movernos de la silla a la calle para defender nuestros derechos.

Incluso en las democracias liberales, el pensamiento crítico se ahoga bajo capas de burocracia ideológica. Se confunde libertad con adhesión, pluralismo con uniformidad. Y lo peor: se nos vende la ilusión de que somos libres porque podemos elegir entre productos, partidos o perfiles, pero no porque podamos cuestionar el sistema mismo que nos ofrece esas opciones.

Mujica, como siempre, va más allá en su discurso: «Vivir es gozar de la vida y saber que la vida es un milagro». Pero también es, nos recuerda, «gastar un poco de tiempo intentando mejorar la sociedad». Ahí está el meollo del asunto. La libertad no es solo un derecho, es una responsabilidad, un deber, un sacrificio. Exige coraje para disentir, para plantar cara a los dogmas, para no convertirnos en «un montón de corderos», como dice Pepe.

En un mundo obsesionado con el consumo y el éxito individual, su llamado es un bálsamo: *»No se trata de amontonar riqueza o multiplicar poder». Se trata de vivir con autenticidad, de abrazar una causa que trascienda el ego. Porque, como bien dice, «habrá un mundo mejor si hay gente que piense que la causa de su vida es luchar por ello».

Mujica no idealiza la política. Sabe que es imperfecta, como todo lo humano. Pero también sabe que es el único antídoto contra la barbarie. «Un instrumento para armonizar», dice, no lo contrario. Y en esa frase hay toda una filosofía: la política no debe anular las diferencias, sino gestionarlas y protegerlas, oorque el fanatismo —ese virus que hoy infecta tanto a progresistas como a conservadores— es el enemigo natural de la libertad.

Cuarenta años después del fin de la dictadura en Uruguay, su mensaje sigue vigente. No solo para los regímenes autoritarios, sino para esas democracias que, en nombre de la libertad, van cercenando —sin darse cuenta— el derecho a discrepar.

Al final, la pregunta es simple: ¿queremos ser libres o solo creer que lo somos? Mujica ya eligió su respuesta. Y nos invita a elegir la nuestra. Entendamos que defender la libertad no siempre será bonito, a veces, de hecho, costará mucha sangre, pero siempre valdrá la pena si la finalidad es conseguir un mundo en el cual el respecto al otro esté por encima de todo.

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