Habrá más mujeres muertas en el futuro inmediato. Y más desintegración familiar en esta era de los antivalores.
Me quita cualquier asomo de dudas el discurso desproporcionado de las fuentes gubernamentales y organizaciones “sin fines de lucro” que tienen el gran privilegio de usar espacios de representación pública como los medios de comunicación para abordar el tema.
La arenga predominante es implícitamente igual de violenta que los femicidas y, por tanto, agitadora por excelencia de una tacha cultural que nos persigue desde nuestros orígenes: el machismo, y que requiere de tiempo y procedimientos más racionales para su control.
Patina sobre un enfoque miope que oculta causas fundamentales y enfatiza en la falta de aplicación de la ley como causa de la epidemia de femicidios que avanza por el territorio nacional. 211 mujeres han muerto en este 2011, hasta la víspera del Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer, 25 de nov; 22 más que igual período de 20l0.
Resalta el afán de contar muertos; pasión por el figureo con sensacionalismo barato basado en el dolor ajeno…
Y luce muy tenue el martilleo sobre la mujer como una de las causas del agravamiento de la situación, y acerca del modelo de éxito actual, promotor de la libertad desenfrenada en todos los sentidos.
Así, un problema social tan grave y complejo lo diluyen en el carácter espumoso de la moda, sin mayores diferencias con el cantaleteo de contar muertos y heridos por accidentes de tránsito en Semana Santa y Navidad, como si choques y vuelcos solo ocurrieran en esos períodos.
O lo banalizan al derivar la gran y única culpa al matador, mientras promueven entre los públicos mediáticos al hombre dominicano como sinónimo de monstruo al cual hay que eliminar. Al hombre como un enemigo gratuito de la mujer y de la humanidad, con quien es imposible reconciliarse porque casi siempre termina con homicidio.
Y ahí está el detalle. De ninguna manera sería esa una apuesta por la solución, ni mucho menos una propuesta de paz. Lo planteado parece más una declaratoria de una guerra fratricida interminable cuyos resultados vemos cada minuto: hombres matando mujeres y viceversa.
Percibo que, solas, las amenazas y la represión a través de la ley agravan el problema. Apresar a un hombre dominicano, humillarlo y encarcelarlo parece que no cambiará el panorama, vistos los números a partir de las leyes de protección a las mujeres.
Quizá sea oportuno repensar el rol y el lugar de la mujer en el problema. Hasta ahora solo se la menciona como víctima. Y se airea como principal causa de las agresiones del varón la toma de conciencia de ella y su creciente profesionalización para zafarse de la trampa económica que le ha tendido su compañero para hacerla dependiente. Ese sería un motivo potente, pero no el único. La infidelidad femenina, la desatención hogareña al esposo y a los hijos y las pocas destrezas en oficios domésticos, son temas picantes que urgen de atención sincera.
Mucha gente cree que en República Dominicana domina una plaga de infidelidad femenina tan grande como la de los hombres. Que las damas apenas saben prender una estufa. Que están lejos de planchar bien un pantalón o un vestido. Y que a duras penas tratan a sus hijos y a sus esposos; que les faltan los detalles y que les sobran pantalones para el desenfreno.
Y esas malas prácticas en modo alguno tienen que ver con la susodicha concienciacion ni con profesionalización ni con libertad. Parecen venir más de un influyente sector de “mujeres” y “hombres”, enemigo de los hombres, las mujeres y de la familia, que ha aprovechado el poder de los medios y otros espacios de interacción (o de manipulación) para demonizar hermosos detalles de la vida hogareña tradicional e imponer a las incautas conductas aborrecibles que antes eran más exclusivas de los machos.
Perdonen mi locura, perdonen que piense en voz alta. Pero pienso que, por la salud y la paz sociales, por el cambio que pregonan, los hombres tienen que desaprender aquello que desde antes de nacer les enseñaron como bueno y que ahora termina en violencia y sangre. Y las mujeres necesitan descontinuar sus respuestas emotivas de estos tiempos, solo por despecho y frustración, o por los malos consejos de personas resentidas o desenfocadas. Pausa, para volver la vista atrás.
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